miércoles, 13 de diciembre de 2017

La Casanova en 1877

La vida en la Casa Nova a finales del siglo XIX


Así como el origen de esta singular casona se nos antojan muy antiguos. Quizás de mediados del siglo XVII, nada sabemos quien o quienes fueron los constructores de esta masia- un caso único en nuestra comarca-se ha especulado sobre los primeros propietarios; Ver.. http://historiadecalp.net/casanova.htm
El motivo de este modesto artículo no es incidir sobre lo ya manifestado por José Luis Luri y Andrés Ortolá sobre la Casanova.
Hace poco, en una conferencia que impartió nuestro amigo Teo Crespo (Teo es doctor en historia) nos explico la vida en esta masia a través de unas cartas escritas por una de las propietarias que vivió en la casa a finales del siglo XIX. El interés de estos escritos nos llevo a buscar la revista y conseguir los textos completos La lectura de estas dos cartas que ella escribe a una amiga imaginaria, las publica en la revista para señoritas La Moda Elegante Ilustrada que había en aquellos años.
Las cartas llevan por título: Cartas de una lugareña, y la autora es Matilde Frigola y Palavicino, nacida en 1844 y casada (en 1862) con Joaquín Feliu y Rodríguez de la Encina, propietario de la casa.


Cartas de una lugareña

Mucho agradezco, querida A…..la brillante descripción que de los baños de Santa Águeda me haces; descripción que esperaba con afán, porque además de la mucha curiosidad que tenía por conocer aquel establecimiento, daba por supuesto lo satisfecha que tu carta había de dejarme respecto á la manera de describirlo.
Justo es que, á cambio de tu fineza, te relate, á mi modo, el género de vida que llevo en este rincón de la Marina, para que notes el singular contraste que forma con tu existencia fashionable.
La señora de pueblo lleva en esta época sobre si la mayor tarea del año; pues, ocupado su marido en la recolección de los frutos, y ausente por este motivo todo el día de la casa, quedan á cargo de su mujer el sinnúmero de atenciones y cuidados propios de la estación.
Al amanecer ya me tienes levantada, procurando que todo comience á marchar con la regularidad necesaria, para que el tiempo no se desperdicie; pues aquí, como e Inglaterra, el tiempo es oro.
Están los patios de mi casa llenos de almendras, y varias mujeres ocupadas de despojarlas de la corteza, para luego amontonarlas en el desván. Estas mujeres, jóvenes en su mayoría, trabajan todo ela año para la casa en las faenas del campo. Empiezan en Enero escardando el trigo y la cebada; azufran después las viñas de moscatel; siegan las mieses; recogen las almendras, les quitan la piel y más tarde las parten para venderlas.
Por Agosto, cuando escaldan la pasa, permanecen junto á ella dos meses enteros, y después de seca la encajonan para remitirla á Londres; se ocupan luego en la vendimia; recolectan las algarrobas y el maíz, y terminan las tareas del año recogiendo las aceitunas.


Como ves, el trabajo es rudo, y sin embargo, las pobrecillas sólo ganan dos reales de jornal. Así es que un pedazo de pescado seco, pedazo nunca tan grande como su apetito lo deseára, y medio pan muy negro, constituyen la comida y hasta la cena habitual de todas ellas.
Son además un plantel de criadas en ciernes; pues cuando una de las nuestras se casa ó la despedimos, se elige entre áquellas la que ha de reemplazarla.
Sucede con esto que, sea porque viven con la esperanza de formar un día parte de nuestra familia, sea por gratitud, todas ellas son ahora fieles, laboriosas y amables.
Terminada esta pequeña digresión, continúo enumerándote mis ocupaciones.
Después de dar por la mañana las oportunas órdenes á la cocinera para la comida del día, me ocupo en escoger la fruta más sana que traen del huerto, para entrar por la tarde en la cocina y dirigir la confección de los almíbares; prevención sin la cual careceríamos de este postre en el invierno.
Otras veces me dedico, ya á formar vistosas guirnaldas de rojos pimientos para que el sol los seque, ya en colocar los higos secos en sus cajas, ya disponiendo que cuelguen de las vigas los ligeros racimos de uvas, ó los pesados melones, ya preparando la salazón para las aceitunas, ó el adobo para las anchoas, ya previniendo que suban á la azotea el trigo para que se oree: Añade a este el sinnúmero de recados que llegan del riu-rau (1). Unas veces piden capazos para colocar la pasa, otras la báscula, otras la sosa para la lejía, los capazos para escaldar, etc., etc. Encargos y recados que sólo el ama de casa puede recibir y proveer.


(1)     Palabra valenciana que sirve para denominar el cobertizo que guarece la pasa de la inclemencia del tiempo.

Si el tiempo es bueno, todo puede soportarse; mas si los días son nublados ó lluviosos, ¡ qué de carreras al ver llegar una nube, qué de apuros¡
Las mujeres que hay en la casa corren á ayudar á los del riu-rau y entran los cañizos, sobre los que esta extendida la pasa: cada dos de aquellas entran cuatro de  de estos en el riu-rau: cuatro cañizos, que suponen doce arrobas de peso, si está fresca, ¡ que suspiros, cuantas lamentaciones¡ “¡Se perderá la pasa, dicen: adiós, cosecha¡”
¡Virgen santa¡ añado yo. ¡Y la casa llena de almendra, cuya cáscara verde fermenta ya, y el fruto comienza á padecer!
Todo lo que está oreándose en el terrado tiene  que entrarse precipitadamente: no admite demora la operación, y la gente de que dispongo apenas basta: entonces se lucen las habilidades de cada uno: quien carga sobre su cabeza dos espuertas de trigo: quién coge una de almendra bajo cada brazo, y yo allí presenciándolo y dirigiéndolo  todo, ora temblando por ellas, ora por los frutos.
Pasa la borrasca y vuelta á colocar cada cosa en su sitio; unas veces contentas porque aquélla se redujo á un susto, y otras exhalando profundos suspiros al contemplar los frutos mojados y el cielo ceniciento y triste.
Por fortuna este trajín no dura más que una temporada, y el resto del año trascurre y se desliza suavemente entre los cuidados de los hijos, la costura, las visitas, algo (¿ y cómo no ¿) de chismografía del pueblo y la misa de once los domingos.
Como ves, la vida que llevo participa de todo un poco, lo cual requiere una espacialísima educación en la mujer, pues además de saber estar en sociedad y ser ama de casa, como lo eres tú, hay que aprender los mil detalles de la dirección y gobierno de una granja.
Yo, querida mía, lo he aprendido á duras penas, porque llegué aquí cuando contaba ya diez y siete años, y llegué sabiendo de estas cosas tanto como sabe ahora mi hija, que sólo cuenta cinco. Es decir, nada.
Para conseguir, pues, que esta niña pueda reemplazarme, si muero yo, ó al casarse se ve obligada como su madre á vivir en un lugar, hemos decidido su padre y yo que pase en Valencia los inviernos en un colegio, y los veranos presenciando y dirigiendo conmigo estas tareas, que tanto entretienen y que tan grandes utilidades reportan á la casa.


Esta educación heterogénea coloca muchas veces á las señoras de pueblo en situaciones difíciles y hasta ridículas, pues conservando maneras y trato distinguido, hay que ser labradoras activas é inteligentes.
Ocurre, pues, con frecuencia ver al ama de casa que para inspeccionar la comida entra en la cocina, remangándose la prolongada cola del vestido, ó saca de la despensa tocino y garbanzos, cuidando de que las puntillas de sus dobles y triples mangas no se pringuen y se ajen, ó baja á la bodega con el criado, y se ve precisada á detenerse en la puerta, por miedo de que las arañas hagan presa en su peinado de tres pisos, ó que con la humedad resbalen los altos tacones de sus botas, dando con ella en el suelo.
Esto respecto al traje, pues en cuanto al trato social, lo que sucede aquí es verdaderamente lastimoso.
Diez ó doce familias, que constituyen la aristocracia del lugar y á quienes unen entre si estrechos lazos de parentesco, pasan la vida haciéndose cumplidos y reverencias, como pudiera suceder en la corte, entre príncipes.
No hay, pues, intimidad alguna: visita hecha, visita pagada, y teniendo en estas gran de que ni las palabras, ni áun los gestos, dejen traslucir el menor detalle de la vida intima, detalle muchas veces conocido de todos, pero del que nadie se da por entendido. Esta diplomacia es tanto más desagradable, cuanto que se trata de personas amables, ilustradas e inteligentes, que, viviendo unidos y en familia, serian ellos y harían á los demás felices.
Esta es la historia de todos los pueblos; reunen y acogen las molestias de la ciudad, y privan de la franca y alegre vida del campo.
Otro día contaré las mejoras que hemos introducido en la casa nova para llevar á efecto nuestro plan de residir en la campiña gran parte del año. Espero que vendrás á hacernos alguna visita en la temporada de baños de mar. Ya sabes que se toman allí muy agradablemente y que el clima es delicioso; y aunque esto no ofrezca para ti grandes atractivos, confío en que lo harás gustosa por los que tu presencia ofrece á tu amantísima.
MATILDE F.
Benisa, 10 de Septiembre de 1877

La segunda carta  la escribe Matilde el 29 de Diciembre de 1877
Publicada en el número 3 de la revista la Moda Elegante correspondiente al 22 de Enero de 1878, y dice así:
Te ofrecí, querida A……., seguir escribiéndote en mis cartas las costumbres de este país, y claro está que, aunque trivial el asunto, he de cumplir mi promesa, si no quiero pasar a tus ojos por perezosa é informal, calificaciones siempre duras, áun cuando sean merecidas.
Nada me agrada tanto como hablar del campo, y es porque en ninguna parte hallo la dulce y tranquila paz que en él disfruto, ni nada me invita tanto á meditar como la sábia y pródiga naturaleza.
Te decía en mi última que habíamos llevado a cabo grandes mejoras en la Casa nova, con la idea no solamente de pasar las temporadas de verano, que tantos atractivos tienen con la vida de abandono y soledad que allí se goza, sino también alguna parte del invierno, pues a pesar de la belleza y animación del verano, soy muy amante del campo y voy á el de mejor gana en la época de los fríos.
Me explicaré: en el verano, y sobre todo en estas provincias del Mediodía, apénas si se llega a disfrutar de los placeres del campo, pues solamente  se puede abandonar la casa después de puesto el sol, ó bien cuando todavía no ha salido, es decir, al amanecer; lo cual trae consigo el gran inconveniente ( para muchos) de tener que madrugar, y el riesgo por las tardes de contraer unas intermitentes, si el afán de respirar el aire fresco nos detiene más de lo regular al relente del crepúsculo.


En cambio, en el invierno sucede lo contrario; como el clima es aquí tan benigno, se puede estar todo el día al aire libre, sin que llegue a molestar jamás el frío; y como llueve muy poco ( lo cual no deja de ser una desgracia para los campos, y por consiguiente para los labradores), resulta que la estación no ofrece sino atractivos.
Atmósfera templada, brisas suaves, sol esplendente, siempre variada perspectiva del mar, cuyas orillas besan la colina sobre la cual esta nuestra vivienda situada; el valle fértil que nos rodea, las montañas, cuyas escarpadas cumbres parecen tocar el cielo, como manifestándonos que aquel debe ser el eterno límite de nuestros deseos, de nuestras ambiciones, de nuestras esperanzas: todo forma un conjunto de bellezas y encantos difícil de describir.
La Casa nova, según las crónicas refieren, sirvió de palacio a una princesa árabe, y dicen que existe todavía un subterráneo, que, partiendo de aquel, terminaba en la orilla del mar, en el sitio donde se hallan aun los baños que el vulgo llama de la Reina mora.
Estos baños son obra hábil y delicado trabajo de los árabes, practicando en una roca que permite estar en la playa y disfrutar á la vez de las transparentes y límpidas aguas de mar adentro, así como también de aquel aislamiento absoluto que tan apreciado es por los mahometanos para sus mujeres.
Ninguno de los que allí vivimos hemos tratado jamás de descubrir el subterráneo: y sin duda porque a las castellanas de aquel castillo nos parece más cómodo el ir al aire libre a tomar los baños y ser conducidas por un carruaje, que atravesar aquel lóbrego pasadizo metidas en una litera, alumbradas por  antorchas y precedidas de esclavos.
Por mi, sé decir que prefiero á ese feudal aparato, unas botitas, que para el caso tengo, con finas suelas de alpargata, mi traje sin cola,  mi bastón-sombrilla y la compañía de mi hija, y un perrito que jugando corre con ella y se para cien veces en el camino hasta llegar de esta manera al término de mis diarias expediciones.
En cuanto á la litera, ¡ es ya tan antipático este mueble en nuestros días!.....Ignoro si esta antipatía nace de las ideas democráticas que todo lo invaden, ó del contraste que forma su lento caminar con el rápido y cómodo sistema de viajar moderno.
Además, la única entrada que hoy se conoce de este subterráneo es la que existe junto a los baños, y esta de tal manera cubierta de zarzas y de plantas acuáticas, y es tan extraño el género de vegetación que allí reina, que cuando algún curioso ha intentado visitarlo, los ruidos que han llegado hasta el, como de culebras que se arrastran entre la maleza,  de ecos y silbidos tenebrosos, de sus propias pisadas al sonar sobre un terreno húmedo, las fantásticas sombras que se proyectan sobre el musgo que cubre las paredes, y aquella atmósfera pesada, y aquella interminable profundidad, todo le ha obligado a retroceder, abandonando su proyecto.
Lo único que hay de cierto es que ni el subterráneo, ni la litera, ni los esclavos, ni las antorchas me han servido para otra cosa que para sugerirme alguna que otra idea romancesca, que ha logrado distraerme en mis ratos de ocio.
Comprendo que mis antepasados no me perdonarían estas ideas, y hasta yo misma confieso que soy muy original en ciertos casos; pero no hay remedio; por más que mi Casa nova conserve su aspecto feudal y cada uno de sus habitantes cumpla, sin salir de su esfera, los deberes de su cargo, el cariño que nos une á todos es tal, que nadie, al entrar en la gran habitación de la planta baja y ver reunido junto al hogar á jornaleros, criados y señores, nadie, repito, imaginara que no es aquella una numerosa familia.


Respeto y confianza, consideración y cariño; este es nuestro lema.
Los que no desdeñan estas costumbres pasarían, á no dudar, una agradable temporada entre nosotros allá por los días del mes de Febrero, en que para llevar á cabo los trabajos extraordinarios de la hacienda, reunimos allí gran número de jornaleros.
Estos hombres solamente van á Benisa tres veces por semana con objeto de proveerse de los víveres necesarios para los dos días que han de pasar luego sin volver al pueblo, el cual dista dos horas de allí. Es tarea pesada después de todo el día de trabajo emprender tan largo camino, por lo cual, si hay cien hombres, cincuenta se quedan una noche en la Casa nova, y los otros cincuenta que se han ido se quedan á su vez en la siguiente.
¡ Si les vieras, una vez terminado el trabajo diario, en el momento de volver a la casa! Figurate á la caída de la tarde ochenta ó cien hombres diseminados aquí y allá por la colina sobre la cual esta situado el edificio, precedidos de su amo, que, con el mayoral, camina y discuta á la vez las tareas del día. Los unos corren, los otros retozan, los más cantan; nadie diría, al verlos, que desde la salida del sol han trabajado sin descanso.
Su primer cuidado al llegar es hacinar de leña la chimenea y prenderle fuego para calentarse.


Los jóvenes ceden el puesto preferente á los mayores; esto es, el sitio más próximo al hogar, y acto continuo, cada cual saca de su capacito los restos de la comida del mediodía, y quien un trozo de bacalao, quien una sardina, todos arriman a las ascuas  el pescado seco para que se reblandezca, y una vez conseguido, comerlo con apetito sin igual.
Mientras ellos cenan en el hogar, también nosotros satisfacemos en las habitaciones del piso principal aquella necesidad de la vida; pero terminada que es la cena, rara es la noche que no bajamos á la reunión. Nada hay tan alegre ni tan consolador como ver a estas pobres gentes, tras un día de ruda labor, satisfechos y contentos porque tienen asegurado el pan para toda la semana.
¡ Cual felices nos creemos, y sobre todo, cuán inmensa nos parece nuestra modesta fortuna al contemplarlos!
¿ Cuantas gracias damos á Dios desde el fondo de nuestro corazón al pensar que contamos con lo suficiente para atender nuestras necesidades y educará nuestros hijos! ¡Cuanta es nuestra dicha al poder además contribuir al bienestar  y al sustento de aquellas pobres familias!
En una de estas temporadas nos sorprendió un fuerte temporal de agua, y como el río y los barrancos iban tal altos, fue imposible que pudieran los jornaleros regresar a Benisa.
¡ Figurate mis apuros para dar de comer a tanto invitado!


Lo peor del caso era la falta de pan; este era mi susto, pero dispuse que cuatro mujeres se pusieran á amasar en seguida; encendimos el horno, y á mediodía, con gran satisfacción nuestra, no tan sólo cada cual pudo disponer de su ración de pan, sino comer asimismo un buen plato de arroz y un frito hecho con la carne de un carnero que para el caso ordenamos que mataran.
Excuso decirte la fiesta que fue para los jornaleros el contratiempo aquel, y lo agradecidos que volvieron que volvieron á Benisa cuando en la misma noche, ya todo en calma, pudieron vadear el río.
Durante el día, en los ratos que dedicamos las mujeres á la costura, nos reunimos en las habitaciones que dan al Sur, y ¡ cosa increíble en el mes de Febrero! Con las rejas abiertas para que el sol pueda llegas hasta nosotras, pasamos allí horas y horas, sin fuego en la chimenea, ni brasero, ni otra prevención que tener cerrada la puerta que comunica con el resto de la casa.
Estos momentos son muy agradables, porque cada una de nosotras se dedica a una labor diferente, y esto da motivo  para que la conversación sea variada.
Por lo regular, siempre nos colocamos formando un semicírculo alrededor del rayo de sol que nos baña, cuidando siempre de que no alcance la cabeza.
Mis criadas, las unas cosen, las otras hacen calceta; la mujer del pastor cose camisas para su marido; la del casero hila, y su hija teje esterilla de palma para capazos; mi hija y sus amiguitas cortan y cosen vestidos para sus muñecas, y yo, después de rezar el rosario en comunidad y leer con general satisfacción la vida del santo del día, me siento ante la maquina de coser, y trabajo en ella hasta que el sol nos abandona.
En una de estas tardes fue cuando aprendí a hilar. No puedo explicarte el inmenso júbilo que sentí cuando, después de algun tiempo, trajeron a casa cincuenta varas de lienzo crudo, el cual, si no todo, gran parte era fruto de mis tareas.
Sólo  he podido comparar esta satisfacción con la experimente el día en que vi publicado mi primer artículo.
Te aseguro A………, que en esas temporadas de la Casa nova sólo vuestra gran compañía me hace falta para que la felicidad de que disfruto sea completa.
Te abraza cariñosamente.

MATILDE F.
20 de Diciembre, 1877

La lectura de estas cartas nos ha llevado a extraer varias conclusiones del sistema de vida de nuestros antepasados hace más de 100 años: El modo de vida de los patronos sobre los asalariados, ya sean jornaleros o criados, es muy paternalista a pesar de que les pagan muy poco; Como ves el trabajo es rudo, y sin embargo, las pobrecillas sólo ganan dos reales de jornal. Así es que un pescado seco, pedazo nunca tan grande como su apetito lo deseara, y medio pan muy negro, constituyen la comida y hasta la cena habitual de todas ellas.
¡ Si les vieras, una vez terminado el trabajo diario, en el momento de volver a la casa! Figurate á la caída de la tarde ochenta ó cien hombres diseminados aquí y allá por la colina sobre la cual esta situado el edificio, precedidos de su amo, que, con el mayoral, camina y discuta á la vez las tareas del día. Los unos corren, los otros retozan, los más cantan; nadie diría, al verlos, que desde la salida del sol han trabajado sin descanso.
Su primer cuidado al llegar es hacinar de leña la chimenea y prenderle fuego para calentarse.
Los jóvenes ceden el puesto preferente á los mayores; esto es, el sitio más próximo al hogar, y acto continuo, cada cual saca de su capacito los restos de la comida del mediodía, y quien un trozo de bacalao, quien una sardina, todos arriman a las ascuas  el pescado seco para que se reblandezca, y una vez conseguido, comerlo con apetito sin igual.
Mientras ellos cenan en el hogar, también nosotros satisfacemos en las habitaciones del piso principal aquella necesidad de la vida; pero terminada que es la cena, rara es la noche que no bajamos á la reunión. Nada hay tan alegre ni tan consolador como ver a estas pobres gentes, tras un día de ruda labor, satisfechos y contentos porque tienen asegurado el pan para toda la semana.


Manifiesta Matilde que ya orienta a su hija de solo 5 años, para en un futuro hacerse cargo de estas tareas.
Para conseguir, pues, que esta niña pueda reemplazarme, si muero yo, ó al casarse se ve obligada como su madre á vivir en un lugar, hemos decidido su padre y yo que pase en Valencia los inviernos en un colegio, y los veranos presenciando y dirigiendo conmigo estas tareas, que tanto entretienen y que tan grandes utilidades reportan á la casa.
A pesar de que la Casanova esta muy cerca de nuestra villa y por consiguiente, dentro del término calpino, su relación con Calp es completamente nula; las criadas, los jornaleros, así como sus encargados son todos beniseros. También lo son las personas con las que se relaciona y que conforman la oligarquía de la vecina Benisa. Así lo manifiesta refiriéndose a las Diez ó doce familias, que constituyen la aristocracia del lugar y á quienes unen entre sí estrechos lazos de parentesco, pasan la vida haciéndose cumplidos y reverencias, como pudiera suceder en la corte, entre príncipes.
No hay, pues, intimidad alguna: visita hecha, visita pagada, y teniendo en estas gran de que ni las palabras, ni áun los gestos, dejen traslucir el menor detalle de la vida intima, detalle muchas veces conocido de todos, pero del que nadie se da por entendido. Esta diplomacia es tanto más desagradable, cuanto que se trata de personas amables, ilustradas e inteligentes, que, viviendo unidos y en familia, serian ellos y harían á los demás felices.
En la segunda carta nos confirma que todos sus trabajadores son de Benisa : En una de estas temporadas nos sorprendió un fuerte temporal de agua, y como el río y los barrancos iban tal altos, fue imposible que pudieran los jornaleros regresar a Benisa.
Manifiesta Matilde que en la heredad de la Casanova trabajan unos 100 jornaleros
Y como no, la guinda: ya en 1877 se hablaba del famoso túnel que conectaba la Casanova con los Baños de la Reina. Cosa del todo imposible al tener que cruzar por debajo de las antiguas salinas y no existir ninguna salida en los Baños.
 La Casa nova, según las crónicas refieren, sirvió de palacio a una princesa árabe, y dicen que existe todavía un subterráneo, que, partiendo de aquel, terminaba en la orilla del mar, en el sitio donde se hallan aun los baños que el vulgo llama de la Reina mora.
La hija (única) a la que hace referencia Matilde en sus cartas- Matilde Feliu y Frigola, II Baronesa de Bugete- casa con Vicente Ortembach y Sorli, Mayordomo de Semana del rey Alfonso XII. El matrimonio tuvo ocho hijos.
El último Feliu que vivió en la Casanova fue una nieta de Matilde,  que se llamó Natalia Ortembach y Feliu, que caso con Manuel Pérez Rosales.

Andrés Ortolá Tomás



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