LA
CASA DE CAMPO CALPINA.
La
casa de campo es la casa del labrador, edificación
dispersa de carácter rural. En la mayoría de los
casos no se trata de la vivienda habitual de su
propietario, que se encuentra situada en el núcleo
de la villa, sino de una segunda vivienda adaptada
a las exigencias del trabajo de la agricultura y
la ganadería doméstica, ocupaciones que le dan
sentido.
La
casa de campo, su tamaño, su fábrica,
condicionan la vida del trabajador de la tierra: le
facilita refugio ante las inclemencias atmosféricas,
ofrece un lugar seguro para el almacenaje de
aperos y cosechas,
y permite la estancia por días o temporadas que,
cuando las condiciones de habitabilidad lo
propician, puede alargarse durante todo el período
de labor estival. En otras ocasiones las
edificaciones se agrupan en
un pequeño núcleo de viviendas, casi apiñadas,
que forman un caserío que conserva su vida y
tradiciones propias al ser habitado durante todo por
sus vecinos, unidos en la endogamia del parentesco
directo o muy cercano.
La vivienda rural del
terrateniente foráneo suele ser de mayores
dimensiones y es ocupada habitualmente por
el aparcero o arrendatario de las tierras en las que se
enclava, donde vive con su familia y cuya posesión
transmite de generación en generación.
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Paisaje calpino a principios
del siglo XX
Estos
aspectos generales desvelan la gran importancia de
la vivienda campesina
tanto en el paisaje rural exterior como en el
paisaje interior
humano. Si el sentido de la propiedad es
consustancial a nuestro género, y
refiriéndonos a la propiedad de la tierra
con más acentuada trascendencia,
la edificación de la caseta de campo sobre
el propio terruño es una
aspiración por la que suspiran las
familias en relación directa al número de hijos
y las posibilidades económicas.
A
finales del siglo XIX el número de viviendas
rurales calpinas no
superaba las trescientas. La vida del
campo, ya desde mediados de la centuria se había
tornado más segura; las murallas de la villa habían
comenzado a perder su sentido, disipados los
temores de nuevas afrentas
provenientes de ultramar, y en algunos de
sus tramos las defensas habían
comenzado a ser demolidas para facilitar la
expansión del núcleo urbano.
En estos años comienzan a
aparecer dispersoos por el campo los riu raus,
florece el comercio de la pasa con el dinero inglés,
sueco y americano, y
las casas encaladas, entre bancales
esmeradamente cultivados, se presentan
bellas, sin aditamentos protectores como
antaño, sin matacanes, aspilleras
o baluartes, afanadas en mejorar la
existencia de sus ocupantes, sometidos a una vida dura de trabajo
fatigoso y digno.
Los materiales constructivos los
encuentra el labrador en su entorno
natural. Agua, tierra y fuego son los
elementos básicos, sabiamente
combinados por el arte ancestral. Para los
antiguos la tierra era de tres
tipos: la propia tierra como la conocemos,
ligera, sutil, obediente a dejar y tomar humedad
quedando esponjosa; la arcilla, pegajosa y tenaz,
resistente a la penetración del agua, y
finalmente la arena, de grano con cuerpo, sólido,
de pequeños cristales trasparentes inflexibles,
difíciles de juntar. Para los romanos la piedra,
elemento indispensable, era
conocida por la voz glarea o silex. La
glarea era de pequeño tamaño, grava o guijarro,
ripio. El silex era una roca de mayor dimensión
que según su solidez se conocía como mármol
cuando era de grano fino, tosca cuando su textura
era esponjosa, o rodeno cuando se utilizaba para
amolar cuchillos.
Aplicando fuego a la piedra dura
y de sonido agudo y metálico al golpe, la
industria del hombre obtenía la cal. Todavía se
conserva alguna calera de las utilizadas para
obtener ese entonces importante material de obra.
El oficio de calero iba muy ligado al de
carbonero, ya que
aprovechaban la rama que queda después de
producir el carbón para hacer funcionar los
hornos.
Para construir la calera se
escogía un paraje con piedra en abundancia,
habilitando un talud que facilitase la carga. Se
hacía un agujero u olla y se revestía con una
pared de piedra, con revoque de cal,
y se dejaba una abertura lateral, portada,
y otra cenital. La obtención de
la cal hacía necesaria la construcción de
una obra efímera, de piedra en
seco, dentro de la estructura anteriormente
descrita. De esta manera se iniciaba mamposteando
el interior de la calera que se levantaba al
principio recta para después a un metro más
o menos de altura, comenzar a disponer el material abovedado.
La colocación de la piedra venía impuesta
por la necesidad de cocerla bien. De esta
forma las unidades más pequeñas
se colocaban abajo y se aumentaba la
dimensión a medida que subía la
bóveda con la ayuda de haces de leña
colocados en la parte inferior. Hoy
todavía aún podemos encontrar restos de
estas construcciones en la partida del Barranco
Salado.
Casa del Plá de Maura
La
roca cocida, desprovista de partículas húmedas y
penetrada de fuego, mudaba de especie sin perder
el betún que unía sus partes. El grado de
cocimiento en el que se debía de calcinar la
piedra dependía de la
calidad de la misma, pero generalmente se
dejaba consumir hasta su tercera
parte. Los hornos debían de trabajar entre
tres y cuatro días hasta ver desechos los
cascajos en su interior sin desprender un humo
oscuro sino sutil y purificado. La cal debía
aparecer desmenuzada, no en terrones,
blanca y estrepitosa al agua, exhalando su
vapor acre. Para Vitruvio, uno
de los padres de la arquitectura, la cal de
mejor calidad era la que no tenía tierra
mezclada, y se conocía si estregada crujía o
rechinaba, y
echada sobre el vestido y después
sacudida, no dejaba polvo ni reliquia alguna.
A fin de permanecer en el lugar
el tiempo que duraba la cocción, los
caleros construían pequeñas edificaciones
para dormir, comer o resguardar el animal de
carga, todas ellas de factura idéntica a las del
carbonero.
Uniéndose la cal a la arena y
el agua se fabricaba la argamasa, imprescindible
para la unión de distintos materiales, a la que
en ocasiones, cuando las posibilidades lo permitían
se le agregaba polvo de teja o ladrillos, aunque
habitualmente, de añadírsele algo, era más
tierra que arena.
La
piedra cortada y trabajada, llamada de sillar o
piedra cuadrada,
se utiliza raramente, sólo en las
edificaciones más ricas como cantoneras, esto es
los encuentros de muro en las esquinas, trabados
para darle solidez a la obra.
Dándole fuego a la arcilla
moldeada, el hombre fabricaba tejas, pastillas de
barro y ladrillos en las teuleras. La época de
otoño y primavera
eran las más propicias pues en invierno, no
pudiendo secar del
todo el material, podía desamoldarse, y en
verano por demasiado calor abría grietas. Se le
aplicaba fuego de tres días con arte en el
cocimiento ya
que de dejarlas demasiado crudas quedaban flojas,
y vidriosas y
quebradizas, a la vez que pegadas unas con
otras, si el calor era excesivo.
La madera era otro elemento muy
importante junto a la caña, troncos de algarrobo,
almendro, olivo, pino. Los pinos, cuando crecían
rectos se cuidaban y respetaban para su uso
futuro. Cortados en luna menguante hasta
el corazón pero sin llegar a cortarlos del
todo sobre su pie, destilaban
su humor dañoso secando lentamente. De
otra suerte, comprimiendo aire y
sol las cicatrices de sus venas, quedaría
cerrado, fomentando su
corrupción y carcoma. Las cañas aparecían
en los cuidados cañaverales de los barrancos para
permitir la fabricación de los cañizos. Las
casas calpinas
se suministraban principalmente de las
plantaciones del Quisi.
Este comercio dio lugar al oficio del cañero
que cuidaba, limpiaba y
podaba los márgenes de los barrancos,
permitiendo el crecimiento de las
cañas hasta una determinada medida, y
luego secaba, pelaba y cosía según
la demanda. En algunos momentos de la
edificación de la casa la caña se
utilizaba sin pelar y se colocaba y cosía
in situ.
Casa de Águeda en la Cometa
Como
hemos visto el labrador halla en su entorno gran
parte de los
materiales necesarios para acometer los
trabajos de la edificación, aunque necesita
adquirir otros que son los que realmente le
suponen un esfuerzo
económico que condiciona la magnitud de la
obra y la robustez y calidad de su fábrica. La
mano de obra la encuentra entre sus familiares,
vecinos o amigos,
quienes permutan las obras empleadas en estas
labores por otras prestaciones por parte del
promotor de la vivienda. Así labrar dos
jornales de terreno con mulo propio podía
satisfacer dos jornadas levantando muros o
confeccionando cañizos en justa compensación.
Una vez escogido el
emplazamiento idóneo, el hombre de campo orienta
la edificación a levante, sol saliente.
Con ello busca la sombra en verano
y el sol del invierno. En otras ocasiones
se encara la casa al sur para
evitar los vientos dolientes. En Calpe se
dan algunos casos de viviendas orientadas al
norte, en especial las próximas al Saladar; no
olvidemos la
incidencia en el pasado de infecciones y
tercianas producidas por sus
aguas estancadas.
Los
maestros albañiles participan profesionalmente en
la edificación de viviendas rurales de cierta
envergadura, aunque en la mayoría de los casos
participaban con su asesoramiento en los proyectos
más modestos.
Unas rayas sobre el papel, a
modo de croquis, distribuye las
estancias, disposición y tamaño de la
construcción atendiendo a sus
cánones tradicionales, los cultivos de las
tierras en que se levantará, extensión de las
fincas afectas a la unidad de producción, y principalmente a la capacidad
económica del agricultor.
El replanteamiento se realiza
con cañas rectas, de longitud pareja, que servirá
de guía a la hora de situar la futura edificación
sobre el terreno.
Un cordel de esparto, atado a las cañas clavadas
en el firme, dibuja la planta de la construcción
y escuadra los ángulos a partir del cálculo de
diagonales idénticas. El replanteo es normalmente
dirigido por algún albañil local, quien tras la
cuidadosa faena era agasajado con una
comida, matando una gallina o un conejo,
que reunía a las dos familias en
celebración solidaria y jubilosa.
Casa del
Noro. Hoy desaparecida
Sobre
el cordel se abrían zanjas de unos ochenta centímetros
de anchura
profundizando hasta hallar seguro el terreno,
firme. Se cavaba a
golpe de pico aunque en ocasiones se
ayudaban de arado y caballería.
Limpias las zanjas se llenaban de un lecho
de cascotes, ripios y argamasa
a modo de cimientos que solían compactarse
a golpe de pisón. El pisón era un artilugio,
normalmente de madera, con dos empuñaduras para
que pudiera ser
utilizado por dos individuos. Por regla general la
profundidad de
estos cimientos resultaba una cuarta parte
de la altura de los muros a
levantar.
Los muros contaban con una sección
de dos palmos, de cincuenta a
sesenta centímetros. Sobre la cimentación
abierta, principiaban intentando colocar piedras más
voluminosas en las primeras hiladas y en los ángulos
de la edificación para consolidarla y
evitar que las muradas abrieran. La
piedra era arrancada de canteras próximas,
lo que dotaba a las casas de la
vecindad de una textura y color particular.
La
murada de piedra arrancaba de la cimentación
rellenándose la
zanja con ripios y tierra; la altura de la
planta solía alcanzar los dos metros ochenta centímetros.
Los muros no se ataban, se cuidaba que las
piedras más largas se cruzaran en las
esquinas, en los encuentros, para unir muros y
abrazar las paredes. El enrasado se hacía tomando
como nivel el
del mar siempre que esta solución fuera posible;
en el caso de que éste no estuviese a la vista se
calculaba con cañas parejas, sacando los niveles
a ras del suelo.
La
coronación de los muros se igualaba con barro y
se preparaban los
vuelos del tejado colocando pastillas de
barro en hilera. Este ornamento,
indispensable para la construcción y
reparto de voladas y tejado, variaba según las
posibilidades del agricultor o dimensión de la
obra. A veces se
contemplaba hiladas de hasta tres; la
tercera se colocaba una sí y una no, que se
llamaban claras, separadas, sobre las que se
colocaba el río de la
teja, y la cubierta las otras dos. Este
reparto facilitaba la colocación de los tejados
sobre la cubierta. La teja se fijaba a ésta con
barro y argamasa.
La carpintería es el elemento más
costoso para el siempre pequeño presupuesto del
modesto labrador, y además precisaba de
participación profesional. Por ello era muy
frecuente la colocación de cortinas, telas de
gallinero, ventanas de hoja de tabla, etc... La
ausencia de cristal es total. El portón
normalmente si debía de ser confeccionado por un carpintero.
La
cocina consistía en un banco de granito de hormigón
de gravilla de
barranco, con una solera de unos tres centímetros,
bruñido con palustre muy fino, construyéndose in
situ.
La
chimenea se sitúa preferentemente frente a la
puerta de entradapara facilitar el tiro con la
corriente de aire. El hueco del hogar se tapia
exteriormente, en ocasiones con losas de piedra
arenisca. El tiro se revoca en su interior con
yeso, por su resistencia al fuego. La coronación
del hogar se soluciona con yeso y caña, dando
formas decorativas al utilizar cimbras de madera o
lata como plantilla.
El enlucido exterior se consigue
llenando agujeros y huecos con
argamasa y barro, y recubriendo la piedra;
en otras ocasiones se deja vista y posteriormente
se encala. Interiormente a las paredes se les
aplica mayor cantidad de yeso, tras igualar
los muros con barro. Se encala también en
ocasiones con fines higiénicos y sanitarios.
La
pintura se obtiene mezclando tierra de color con
agua. También se aplica el azulete utilizado para
lavar o tinturas ocres. En algunas
construcciones se realizan interiormente zócalos
de una altura de ochenta centímetros, decorados
con motivos repetidos como orlas; para ello se
utilizan plantillas de cartón vaciados
sobre los que se aplica pintura.
A modo de protección, la rejería
de hierro es muy costosa, se cruzan en los
ventanucos palos o troncos embutidos en la obra.
La cerrajería la proporciona el herrero, aunque
las primeras viviendas contaban siempre con
bisagras de madera.
En el umbral de la casa se sitúa
un escalón de piedra trabajada en
cantería para evitar las corrientes de
aire y actuar como tope del portón.
El
piso hasta el patio o corral, por el paso de las
caballerías, se fabrica con pastillas de barro más
resistente, colocados entrelazadamente. En
ocasiones se dispone de una alfombra de esparto
desplegada.
Los
tejados y cubiertas se construyen en el sitio
colocando cañizos
sobre el envigado de madera. Las cañas se
aparejan a la inversa, cosiéndolas con aguja y
sedal de esparto. La aguja tenía forma de
herradura para facilitar el cosido, toda
vez que las cañas quedaban fijas mientras que el
práctico se encontraba trabajando sobre cubierta.
Los cañizos tenían una medida de dos metros por
uno cincuenta. Las cubiertas de caña
posteriormente se dejaban vistas en las cambras,
enluciéndose en
el resto de las estancias con yeso.
La
Casanova propiedad de la familia Feliu
Los forjados se construían de
forma parecida, también sobre viguetas de
madera., reforzando el firme con un manto de yeso
al que se le añadía
cascos de teja e incluso cáscara de
almendra. Los troncos de algarrobo,
almendro u olivera se utilizaban como jácenas
y cumbreras. Algunos
forjados se realizaban con bóvedas cóncavas
para las que se utilizaba unas
cinchas de madera fabricada con largas y
estrechas filas de tabla que
moldeaban el yeso.
El pozo se construye
alternativamente en el interior de la vivienda
o como elemento exento. Se solía construir
al iniciar las obras para
aprovechar rocas y piedras del vaciado. El
vaso tenía forma de pera,
aunque en su interior se localizaban pequeños
refugios para el pozero o incluso alteraba su
forma si se debía evitar alguna masa rocosa. Las
paredes del vaso se compactaban con
argamasa y posteriormente se enlucían.
El trabajo se hacía a golpe de pico,
retirando el escombro con capazos.
Posteriormente se construía la capilla y
el safareig.
Un elemento particular de la
casa de campo, de marcado carácter comarcal y del
que en Calpe contamos con bellos ejemplos es el
riu rau. Éstos
eran levantados a ras del suelo, respetando el
nivel del firme, por lo que nos encontramos con
secaderos en pendiente con un desnivel de hasta
dos metros. Inicialmente se levantaban las
columnas a una altura de un
metro veinte y entre ellas se erigía un
soporte efímero en el que se
disponía una cincha fabricada con cañas.
Sobre la misma se colocaban las
pastillas de barro que dibujarían la bóveda.
Cada pastilla tenía su caña de la misma
longitud. El yeso depositado sobre los ladrillos
unido a la piedra pronto consolidaba, retirándose
soportes y cincha e iniciando la siguiente arcada.
El piso de la nave del riu rau era de losas de
piedra extraídas
principalmente de la cantera de la Ermita del
Salvador. A su vez
muchas casas de campo contaban con
elementos en piedra tosca, extraída ésta de la
cantera de los Baños de la Reina.
Nos agradaría aportar nuestra
propia clasificación según los tipos de
edificación dispersa observados en nuestro
término, de una forma somera, y
reducida a cinco tipos, sin entrar en
variaciones y especificaciones
arquitectónicas:
a.- La Masía Fortificada:
contamos con un único ejemplar, la Casanova,
construcción singular que datamos del
siglo XVII, y que analizaremos en su
momento.
b.-
La Masía del siglo XVIII-XIX: edificaciones en
dos alturas con dos crujías paralelas a fachada,
cuya longitud puede variar de 12 a 16 metros.
Suelen aparecer en predios de
mediana extensión, y cuentan con naias o riu raus
anejos levantados posteriormente. Ejemplos: Masía
del Plá de Feliu,
«Calvos», Calalga, Águeda, etc...
c.- La Masieta, principalmente
del siglo XIX: con las mismas
características que la anterior. Su
fachada no excede de los 8 metros y suele ser de
planta cuadrada. Se ubica en terrenos no aptos
para el cultivo
de la viña. Carece de riu rau pero se le adosa
posteriormente una naia.
d.- La Casa de labor-riu rau del
siglo XIX: en la que el cobertizo
porticado es parte esencial de su morfología.
Se construyen en dos plantas
y se sitúan en las pequeñas heredades en
las que se cultiva la vid.
e.- La Caseta de Aperos, de
distintas épocas: edificadas en una sola
planta, su fachada no supera los 6 metros
ni su fondo los 5. Su única
nevada suele verter a fachada.
No debemos dejar de señalar que
la casa de campo, a lo largo de su
existencia, sufre diversas modificaciones,
y las variaciones dependen del presupuesto,
necesidades y gusto de su propietario.
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