Nicolas (Colau) Constantini Sau
El Genoves
El día 12 de Julio de
2013 se cumplieron 140 años de uno de los episodios más pintorescos de la historia
de nuestras Españas: la revolución de 1873, durante la primera república que fue
una consecuencia de la inestabilidad, el paro, y sobre todo la incapacidad de
los poderes públicos para solucionar una situación que al final fue explosiva.
Increíblemente, varias
partes de España se “independizaron” y se convirtieron en estados. El 30 de
Junio el Ayuntamiento sevillano acuerda constituirse en República Social. Así
mismo Alcoy sigue la misma línea. Otros muchos lugares de España: Valencia,
Andalucía, Murcia...Hubo casos tan estramboticos como declaraciones de guerra
entre pueblos vecinos. De todos ellos, el más renombrado y el que más nos afecta
a los calpinos, por la importantísima participación de
Colau, es la sublevación de Cartagena. Los sublevados intentaron
sin éxito la expansión de su territorio hacia el interior con incursiones por
Hellín, Orihuela y Lorca, y utilizaron
la Armada como instrumento de intimidación para financiar el mantenimiento del
cantón a costa de los impuestos de las ciudades costeras de Alicante,
Torrevieja, Águilas, Mazarrón, Vera y
Almería. La Junta Revolucionaria creó el periódico El Cantón Murciano, para la
difusión de sus ideas y noticias, y emitió el duro cantonal como moneda propia,
aprovechando la riqueza mineral de la región. La independencia del cantón de
Cartagena se vio amenazada con el inicio del asedio del general Martínez Campos
a la ciudad en el mes de agosto de 1873.
Por parte del gobierno cantonal se pide a
los Estados Unidos de America el formar parte de estos y se pide ayuda frente al
poder central. A pesar de que por parte de los Estados Unidos se estudia la
propuesta, esta es finalmente desestimada. En este momento, Cartagena no forma parte
de España, es un país independiente, comienza la fabricación de moneda.
Uno de los más destacados protagonistas en
la revolución del cantón de Cartagena fue Nicolas (Colau)
Constantini Sau. Colau nace en Calp en 1826. Hijo de Bautista Constantini
y de Josefa Sau, es el mayor de cinco hermanos; Josefa, Mª Concepción, Francisco
y Jaime. Casado con Juana Mª Sanchez fue padre de una numerosa prole de siete
hijos. Los padres de Colau, mueren en Calp en Septiembre de 1859 y Enero de
1860, respectivamente.
Veamos lo que nos cuenta el maestro Benito
Perez Galdos en su obra Los Episodios Nacionales. Aunque Galdos confunde el
nombre de Nicolas por el de Alberto.
Al consignar que
a bordo de las naves cantonales iba lo más granado y florido del personal
revolucionario, debo decir y digo que el único hombre de mar y de guerra
marítima que a mi parecer merecía ser recordado en la Historia era un tal
Alberto Colau, contrabandista, hijo de Alicante y tan familiarizado con las
aguas mediterráneas y con los peligros del navegar y del combatir, que entre
toda la gente llegada de diversas partes a la República Cartagenera no se
pudiera encontrar quien le igualase. Le conocí el mismo día 15, a poco de saltar
en tierra, y quedé maravillado de su espléndida y arrogante facha. No era
menester ciertamente el auxilio de la fantasía para ver en aquel hombre la
resurrección del tipo del corsario que en los tiempos de la piratería heroica
llenó los anales del mar Interno.
Descollaba
Colau entre la muchedumbre por su robusta complexión y lucida
estatura, por su curtido rostro y el mirar flamígero de sus ojos
negros. Como el azabache eran también sus cabellos crespos, sus
cejas pobladas y el bigotazo que perpetuaba la tradición de la moda
turquesca. Coronaba su cráneo con el fez rojo, complemento, en
cierto modo histórico, de la figura de aquel Barbarroja redivivo.
Andando los días se vio un gorro colorado en el puente de la
Numancia, de donde vino el atribuir a Contreras el uso de tal
prenda. No; el fez no era de Contreras, sino de Colau, y éste, a
juicio de un historiador psicólogo, la figura más saliente,
pintoresca y castiza del Cantón Cartaginés.
La bravura
pirática del arrogante aventurero se llama hoy contrabando, que
viene a ser lo mismo con diferencias de tiempo y lugares. En sus
faluchos de vela, Colau desafiaba las olas y la persecución de las
escampavías del Resguardo. Cuando la astucia no le bastaba y era
preciso emplear la violencia, no vacilaba en derramar sangre.
Empezadas sus correrías en Gibraltar, se trasladó luego a Orán,
donde obtuvo provecho mayor y campo de operaciones más extenso. De
la costa argelina nos traía tabaco, licores, telas, quincalla y
otras mercancías vigiladas por nuestros aduaneros. A los vistas de
acá, unas veces les cerraba los ojos, y otras les rompía la cabeza.
Con este ten con ten y un ardor infatigable, hizo Colau en poco
tiempo una fortunita y vivía en Orán como un bajá, con su mujer y
sus hijos, bien quisto de los franceses y de la colonia española. De
él se contaba que nunca se le acercó un necesitado sin que al punto
le socorriese, y en la misma Cartagena era el amparador de todas las
personas o familias que, perseguidas por el Centralismo, se habían
refugiado en la Plaza.
Con la
fiereza del continente y rostro de Colau contrastaba la blandura de
su trato en la vida social. Era cariñosísimo y a veces hasta pueril.
Al estallar la revolución cartagenera se presentó en la Plaza
ofreciendo sus servicios a la Junta Revolucionaria, que los aceptó
en el acto dándole el mando de la fragata Tetuán, la cual manejó y
gobernó desde el primer momento con la misma destreza que solía
desplegar en el gobierno y mando de sus faluchos... Pasé una tarde
con él y otros amigos en el café de la Marina, charlando de
aventuras guerreras en el mar y en la costa. Colau nos refirió
terribles episodios de su lucha contra las olas embravecidas en los
duros Levantes, que mil veces le pusieron a dos dedos de caer en los
profundos abismos. Nos contó también alijos que por su descomunal
audacia parecían fabulosos, y peripecias trágicas de sus
encontronazos con los aduaneros y demás patulea del Fisco.
A la gentil
cortesía de Cárceles debimos aquella tarde el obsequio de jerez y
pastelillos, y en la alegría del beber y del charlar suplicamos al
contrabandista nos dijese el porqué ostentaba en el ojal de su
chaqueta el botoncito rojo de la Legión de Honor. Con modestia ruda
evadió Colau la respuesta, queriendo llevar a otros asuntos el vago
coloquio. Pero Manolo Cárceles, tan indiscreto en aquel caso como
amante de la verdad, nos refirió el hecho heroico que había motivado
aquella distinción, empezando por decir que Francia no concede nunca
tales honores más que al mérito indudable.
Horroroso
temporal de Levante descargó una tarde sobre Orán, con furibundas
rachas de viento y olas como montañas, que en pocos minutos
destrozaron la escollera del nuevo puerto en construcción. En lo más
duro de la borrasca presentose a la vista un trasatlántico francés,
que traía de Marsella pasajeros de diferentes clases sociales, y
entre ellos gran número de mujeres y niños... Muy apurado venía el
barco por los accidentes de una tormentosa travesía, y al querer
tomar puerto se le vio a punto de zozobrar, estrellándose contra las
peñas o los bloques de la escollera destruida donde reventaban las
olas. En el muelle estaba casi todo el vecindario de Orán, con
ansiedad y espanto, pues muchas familias tenían seres queridos entre
los pasajeros del vapor. Nadie osaba intentar el salvamento, que era
poco menos que imposible en condiciones tan aterradoras.
De pronto apareció entre la
multitud un hombre... Este hombre era Alberto Colau... que con
fuerte y altanera voz dijo así: «¡Cobardes! Si no hay quien me siga
yo iré solo a salvar los que pueda. Si alguno me acompaña, mejor».
Cuatro o seis marineros se adelantaron, dispuestos a secundar al
español en su hazaña. Metiéronse todos en una lancha grande, con
vela y remos, y desafiaron impávidos el oleaje furioso. Al cabo de
algunos ratos de indecible angustia realizó Colau el primer
salvamento. En la segunda tentativa, que fue la más emocionante, se
veía desde el muelle la lancha
de Colau, a veces
balanceándose en la cresta de una ola formidable, a veces
precipitándose en la hondonada líquida... Por momentos
desapareció...
Creyeron los
angustiados espectadores que no volvería; pero volvió, ¡hurra!,
trayendo unas señoras lívidas y unos niños llorosos, mojados todos
hasta los huesos... Los marineros bogaban con sereno coraje; Colau,
en pie, las melenas al aire, llevaba el timón, empuñando la caña con
tal fuerza que no le superara el propio Neptuno... El tercer viaje
fue más benigno. Las mismas olas parecían inclinarse respetuosas
ante la intrepidez de aquellos hombres. Cuando terminó el salvamento
y pisaron tierra todos los náufragos del vapor, se produjo una
indescriptible escena sentimental: abrazos, besos, exclamaciones,
llantos de alegría. Alberto Colau, desentendiéndose de las
manifestaciones de cariño y gratitud, tomó con sereno continente el
camino de su casa.
«Ahí le
tenéis -dijo Cárceles al poner término a su relato-. Ahí tenéis al
héroe, ostentando en su pecho la insignia de la Orden de Caballería
más acreditada que existe en la Edad Moderna, recompensa de su
esforzado ánimo y de su amor a la Humanidad».
Por este heroico salvamento ,
el gobierno francés le concedió a Colau la más alta distinción
francesa: la Legión de Honor.
Caballero
fui siempre y caballero soy -dijo Colau, contraviniendo
discretamente su natural modestia-. La Orden del Contrabando pide
arrojo temerario, paciencia en las adversidades, calma y tino cuando
sean menester, liberalidad, sangre fría, prendas que entiendo yo son
y han sido siempre la mejor gala y adorno del alma de los
caballeros. Comenzada la insurrección, debía ya tener montado su
centro comercial en Cartagena, ofrece sus servicios y le dan la
fragata “Tetuán” para que opere. Su encuentro con el Almirante Lobo,
11 de octubre de 1873, rayo en estruendo. Aquella misma noche se le
entrega toda la escuadra, que sale el 13 y obliga a la Armada
enemiga refugiarse en el Peñón.
Un
saboteador incendia la nave en que va y él, puro marino, abandona el
puente el último. Capitán mercante, sabía lo que es una flota. Lucía
la Legión de Honor por heroicos salvamentos franceses a lo largo de
su carrera.
Parece que
su patronímico es Nicolás Constantini, alias “Colau”. Así aparecía
en las nominas de Cartagena entre los que obtenían votos de
confianza para regir el Cantón, las Juntas, etc.
Narrase que
el padre cantonal recomendó a su hijo -no cantonalista- que
estudiase Marina Mercante, Medicina y Derecho. Y así fue. La familia
Colau guarda un retrato del héroe con su condecoración francesa en
la solapa y en pose de profesor de francés en cuyo magisterio acabo
de vivir.
Es manifiesta la admiración que
siente Benito Perez Galdos por la figura de nuestra paisano Colau el
Genoves. No en vano fue uno de los héroes de la gesta cartagenera.
Nos sigue contando don Benito:
Fáltame
decir, para redondear la personalidad de Colau, que en el trajín del
contrabando también comerciaba. En aquellos tiempos era muy estimado
en el Norte de África el aljófar, perlitas pequeñas y mal
configuradas con que las moras adornan y recaman sus chaquetillas,
sus fajas y babuchas. Como en España venía desmereciendo este
artículo, multitud de tratantes en pedrería iban de pueblo en pueblo
comprándolo para llevarlo a Marruecos y Argelia. A igual tráfico se
dedicó Alberto Colau en Cartagena, extendiéndose no más que a Lorca,
Totana y Murcia. Redondeaba su especulación trayendo de África
zafiros y esmeraldas que en España tenían cotización muy alta.
Dicho esto,
añadiré que aquella misma noche cenábamos Fructuoso Manrique,
Cárceles, Alberto Colau y yo, en el propio café de la Marina, cuando
vimos entrar fachendosa y arrogante a La Brava, que agarrando con
desgaire una silla se plantó en nuestro corro junto a Colau,
acometiéndole con esta viva requisitoria: «Eh, Alberto, cómprame
ahora mismo este aljófar que te traigo. Dispensen los señores y
sigan comiendo, que no vengo a cenar, sino a mi negocio». Diciéndolo
sacó un envoltorio de papel de periódico en que guardaba un puñado
de perlitas, y así prosiguió: «Las he recogido entre mis amigas. A
ver cuánto me vas a dar, judío arrastrao. Yo quiero por ellas
veintechus, o por lo menos una jara».
Dejó Colau
el tenedor, y risueño, sopesando la mercancía, dijo a la moza: «Pero
si esto no vale más de doscientos rumbelesa todo tirar. En fin, ya
hablaremos. ¿Quieres cenar?». Rechazó La Brava con donosura el
galante ofrecimiento, y todos reiteramos con alegre algazara la
invitación: «¿Quieres huevas de jumol? ¿Una copa de jerez? ¿Dátiles
de mar? ¿Un pastelillo de estos de crema que están tan ricos?».
-Bueno
-exclamó Leona arrimando su silla en el hueco que le hicimos y
cogiendo el primer plato vacío que encontró-. Venga alguna cosita.
Pero déjenme que siga con mi negocio. Yo todo lo miro ya bajo el
prisma de mi economía.
-Ya, ya sé
por Dorita -dijo Fructuoso- que acumulas fondos para irte a Madrid y
hacerte un buen cartel en la cocotería elegante.
-¡Calla,
malange, tú qué sabes de eso! -replicó ella, atizándose una copa de
Jerez-. Yo necesito cuartos porque me voy volviendo muy regalona.
Díganle a este perro de Colau que tenga conciencia y me pague por el
género lo que le pido.
-Yo te daría
eso y más -repuso Alberto- si hicieras caso de mí. ¿Qué demonio vas
tú a pintar en los Madriles? Allí no hay más que pobretería finchada
y figurones políticos que no tienen ni un calé... Repito lo que te
he dicho mil veces. Cuando acabe este jollín del Cantón en que
estamos metidos, vente a Orán conmigo. Verás qué tierra, chica. Allí
encontrarás la mar de franceses tontos y ricos. ¡Qué fácilmente los
podías pescar, gitana, con el anzuelo de esa carita! Pues digo; si
le caes en gracia a uno de aquellos morazos podridos de dinero, que
se pirran por las españolas, ¡ay morena!, te cubres el riñón para
toda la vida.
-No me
hables a mí de tierras extranjeras -contestó La Brava-. Yo tiro
siempre al españolismo... La Madre Patria necesita de todos sus
hijos, como dice don Roque... y de todas sus hijas, digo yo.
La respuesta
de Alberto Colau a estas sesudas consideraciones fue coger el papel
donde estaba envuelto el aljófar, y sacar de su repleto bolso varias
monedas de oro y una de plata, que entregó a la mozanca, añadiendo
estas expresivas razones: «Pierdo dinero. Allá no pagan el adarme de
aljófar más que a seis pesetas. Pero en fin, para que no chilles te
doy la jara y un chus de propina». Continuó la conversación alegre.
Mientras Leona devoraba pastelillos, jamón en dulce y otras
frioleras, humedeciéndolas con Jerez, todos le dirigíamos chicoleos,
anunciándole los grandes éxitos que había de obtener en Madrid. Ella
nos atajó diciendo: «No hablen de eso, que el diablo las carga.
Estoy perdida si mi marido se entera. Cándido no me deja vivir, me
persigue, me acosa. Ese condenado parte del principio de que yo soy
rica, y cuando me niego a darle dinero se pone fosco... Temo que el
mejor día me mate como mató a mi madre... Si le da por seguirme a
Madrid... No quiero pensarlo... ¡Sálveme la Virgen de la Caridad!».
En el tiempo que duro la
contienda, a Colau se le asigno el mando de la fragata Tetuán y de
la Numancia.
Al mando de la nave más
poderosa de la marina española, Colau, desembarcó en Calp, en los días que puso sitio a la
ciudad de Alicante.
Vicente Llopis en su obra Calpe
nos cuenta: El día 18 de Octubre de 1873, a
las diez y media de la mañana, las fragatas acorazadas Numancia,
Méndez Núñez y Tetuán, al mando de los cantonales insurrectos
General Contreras y ministro de Relaciones Exteriores de los
cantonales sublevados y triunfantes en Cartagena, don Roque Barcia,
llegaron a la bahía de Calpe después de los terribles bombardeos de
Alicante: A las doce de la mañana se aproximó a la costa la Tetuán,
con cuarenta cañones, enarbolando la bandera roja. Desembarcó
treinta hombres, a las ordenes del titulado almirante de la
escuadra Nicolás Constantini (Nicolau el Chenovés), natural de Calpe
(sus padres, de Génova), de Tomás Bertomeu (calpino), titulado
general del Ejército de tierra, y otros jefes subalternos.
Al llegar los
insurrectos a la población publicaron un Bando prohibiendo la
recaudación de los arbitrios municipales. Dieron al público una
proclama en contra del gobierno constitucional. Obligaron con
violencia a embarcarse con ellos al teniente de alcalde don
Francisco Pastor Tomás; a los empleados de la recaudación de
arbitrios don Domingo Mengual Ortíz, don Francisco Sala Perles y don
José Tomás Boronat; a los vecinos Jaime Ferrer Tomás, Luis Pastor
Tomás, José Sendra y Francisco Morató. A las tres y media de la
tarde embarcaron en la Tetuán, que en el acto se puso en movimiento,
aunque permaneció a la vista de la población hasta las siete y media
de la noche en que tomó rumbo hacia Levante, seguido de la Méndez
Núñez y de la Numancia, escoltados los tres buques por cinco
fragatas extranjeras.
El pueblo no
perdió de vista esta escuadra hasta que dobló el cabo de Moraira a
las ocho de la noche.
Tan pronto se
dieron cuenta los calpinos embarcados en la Tetuán del engaño de que
habían sido objeto, intentaron la huida. Unos se echaron al mar
frente a Gandia y Cullera, y los restantes en el puerto de Valencia,
y a nado salieron a la costa, dirigiéndose inmediatamente a Calpe.
Su última gesta fue sacar a la
Numancia a través del bloqueo del puerto de Cartagena rumbo a Oran.
La tarde del día 14 de Enero, zarpó la Numancia del puerto de
Cartagena, último buque que portaría la bandera de los insurrectos.
Al mando se encontraba Nicolás Constantini, llevando a bordo 1.646
personas. Los disparos de los buques Victoria, Zaragoza, Carmen y
Almansa, no fueron suficientes para detener a Colau en su huida,
respondiendo con toda su artillería y rompiendo el bloqueo. A pesar
de la persecución de los buques centralistas no pudieron darle caza,
debido a la mayor velocidad de la Numancia. Esa misma noche
llegó a las costas argelinas, siendo detenidos todos los dirigentes
cantonales.
A principios de 1880, el diario El
Constitucional publica la muerte de Colau a lo que el calpino, desde
Argel (3 de Marzo de 1880) solicita la rectificación de la noticia.
Partida de defunción de Colau Constantini
Finalmente Nicolas (Colau)
Constantini Sau muere en su casa de la plaza de Orleans en Oran
(Argelia) el día 26 de Agosto de 1886. La familia al completo,
se había afincado en esta ciudad, desde hacia bastantes años.
Andrés Ortolá Tomás
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