Hasta hace apenas
unas pocas décadas, muchos alicantinos huérfanos de autopista, encontraron
lugar para hacer un alto en el camino en esta popular venta, situada entre
las poblaciones de Calpe y Benissa.
¡Qué interminables y tortuosos se hacían los viajes de entonces!
¡Qué interminables y tortuosos se hacían los viajes de entonces!
El mismo año que moría la tía, el servicio de viajeros y
correos que se detenía en la venta, pasó a prestarse por una compañía de
diligencias que partían desde Ondara con dirección a Alicante. Las protestas
de los usuarios eran continuas por la falta de puntualidad del horario de
servicio, y la gran polvareda levantada por las condiciones del servicio, y
estado de las tartanas que en muchos casos adolecían de cristales. El
accidentado paso del Collado de Calpe, junto al Mascarat, obligaba a
abandonar el carruaje pues debido a los numerosos accidentes, la subida y
bajada del puerto debía de realizarse con el pasaje a pie; esto no da idea
de lo accidentado y penoso del trayecto.
En este mismo año se realizaron las obras de habilitación
de un camino interino para salvar la dura ruta del Mascarat, aunque, las
circunstancias no mejorarían hasta 1885, en que fue construido el puente y
los túneles del impresionante estrecho. Un año más tarde el puente sería
derrumbado por una fuerte avalancha de aguas motivada por un gran temporal.
Miguel Cabrera Femenía, nacido en 1841 del matrimonio de Francisco y Josefa se hizo cargo del negocio familiar, explotando el negocio como Venta de Cabrera, según aparece en el Plano de Coello, publicado en 1859. Miguel casó con Josefa Bañuls Bertomeu «del Pí», emparentada con los Bañuls de la Cometa. Francisco Cabrera Bañuls, nieto de los dueños originarios, mantuvo la venta en uso durante todo el primer tercio del siglo XX, simultaneando su dedicación con las labores propias del campo, ya que el establecimiento se encontraba edificado sobre un trozo de tierra arbolada de unas quince hanegadas.
A pesar de la falta de antecedentes documentales, incluso de origen familiar por tradición oral, podemos imaginar por las imponentes portaladas que aún se conservan, que la Venta debió de tener su importancia, estando acondicionada para albergar carros y tartanas de cierta envergadura. Sabemos que fue parada de postas, depósito de correos, y que tras sucesivas reformas y ampliaciones mejoró sus servicios para acomodarse a los nuevos tiempos. Originariamente ofrecería calor de hogar y refrigerio para transeúntes, pues sus alcobas serían contadas, sus dimensiones exiguas, y el trato sería el familiar propio de un establecimiento dispuesto para un limitado número de huéspedes.
Durante su larga vida, sería lugar de cita para el veterinario, el herrador y el maestro de aixa, profesiones ligadas a la vida propia de un albergue sometido al trasiego de viajeros, carruajes y caballerías.
En 1905 el servicio no había mejorado en demasía, y era cubierto por la empresa de coches diligencia del Vergel, que prestaba comunicación hasta la capital alicantina. Las quejas eran constantes en cuanto al precio del pasaje, rapidez y calidad de los vehículos. Pequeños empresarios de Benissa, y Altea se combinaron para ofrecer una prestación alternativa a lo que la compañía del Vergel respondió con fuertes reducciones en los precios. Eliminada la competencia de pasajes fueron debidamente incrementados. El horario de las diligencias provocaba continuas molestias y gastos a los viajeros pues las interminables paradas del trayecto extendían la duración del mismo, de Calpe a Alicante, a más de 12 horas. El precio del billete excedía las 4 pesetas.
Hasta la instalación del tren de la Marina en 1915, el transporte de la correspondencia lo realizaba la diligencia, que pasaba por la venta sobre las tres de la madrugada, en dirección a Alicante procedente de Vergel, hasta cuya localidad habían sido transportados correo y pasajeros por el tren Valencia- Denia. A las doce de la mañana pasaba otra diligencia en sentido contrario. El encargado de recoger y llevar la saca de la correspondencia de Calpe subía para tal fin- andando- a dicho lugar con su bolsa de cuero y una "media de veinte cartas diarias".
Hoy el establecimiento continúa abierto al público, dirigido por los descendientes directos de los dueños originales. Su jardín romántico y sus entrañables y añosas salas, siguen siendo retiro acogedor para el solaz de espíritu. La centenaria venta de la Chata ha sido testigo mudo durante algo menos de dos siglos del trasiego incesante del camino. Y en este punto de conexión entre la larga vía que transcurre y pasa, y la todavía blanca fachada que sienta y permanece, se disparan hoy, virtualmente, las incontables y eternas imágenes de sucesos olvidados y personas desaparecidas. Ese camino que antaño fuera angosto y polvoriento, es en la actualidad una importante y moderna arteria plena de velocidad y ruido.
A muchos nos sobrevivirá si no a todos, al amparo del propio camino que la vio nacer y que dio sentido a su existencia.
José Luís Luri Prieto
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