LA CASA DE LA SEÑORETA
La Casa de la Señoreta –hoy de propiedad pública y reconvertida en museo por
iniciativa municipal- oculta tras muros blancos los aspectos íntimos de su
pequeña historia. La ausencia de testimonios documentales ha arrojado una oscura
sombra sobre gran parte del acervo patrimonial y espiritual calpino del pasado,
convirtiendo nuestros humildes monumentos en vestigios mudos de un legado cuyo
origen pretérito se nos presenta recóndito y legendario. Cualquier aportación
histórica dota de alma a estas anatomías añosas, y despierta en nosotros una
nueva legitimidad afectiva que nos hace sentirlas mucho más próximas y queridas.
Arquitectónicamente hablando esta vivienda de dos plantas y cambra, presenta una
fachada con elementos de interés estético: portal que permite al acceso de
carruajes, vano enrejado, balcón, alero de doble hilada, molduras, antepechos
curvados, etc. Los especialistas afirman que responde a la tipología propia de
las edificaciones urbanas del siglo XVIII. En nuestra opinión su origen es
posterior.
La expansión de
la ciudadela de Calpe durante el siglo XVII y primera mitad del XVIII había
obligado a sus habitadores a residir fuera del recinto amurallado medieval,
exiguo y en deterioro permanente. Dicho ensanche se había concretado en la
consolidación de dos arrabales, uno orientado al sur, ajustado a las cotas de
nivel, y otro hacia el oeste, en los llanos del Salvador. El ataque pirático que
sufrió nuestra villa en Octubre de 1744 puso en evidencia la total indefensión a
la que estaba sometida nuestra población ante cualquier agresión externa. Este
desgraciado suceso levantó las desesperadas voces de los calpinos de entonces
que hallaron respuesta en la compasión Real: en Julio de 1747 quedó concluida
una fortificación con doble cinturón de murallas –la primitiva recompuesta y la
nueva reforzada por seis baluartes- que rodeó completamente la ciudadela
original y los arrabales.
La batería
llamada de San Salvador, de planta trapezoidal, ocupaba una superficie de unos
200 metros cuadrados, con un flanco a poniente de 30 metros lineales. Se
extendía hacia el oeste desde la confluencia de las actuales calles Soledad,
Santísimo Cristo y San José. Los lienzos de esta fortificación superaban los 6
metros de altura, y adosados a ellos, intramuros, se disponían banquetas de
tierra para ganar altura. Las edificaciones de la nueva ciudadela debían de
retranquearse un mínimo de 5 metros por motivos de seguridad y para poder
facilitar la circulación a lo largo de todo el perímetro interior del recinto,
aunque en el Baluarte del Salvador las viviendas se situaban a unos 20 metros de
distancia a paredón.
Si en 1747 la
población calpina no excedía de 600 almas, a finales de este siglo ya había
doblado en número. Este importante avance demográfico –motivado en parte por el
empuje económico de la explotación salinera local- generó un grave problema de
congestión urbana al quedar estranguladas las nuevas zonas de ensanche por el
cinturón pétreo de seguridad. A esta segunda parte del XVIII corresponde la
consolidación de manzanas de las hoy calles Cervantes, Balmes, Campanario,
García Ortiz, Dos de Mayo, etc. Las casas se dividían hasta tres para alojar
nuevas familias, y en las más grandes se habilitaban accesorias. Al tiempo que
se producía esta necesidad de generar nuevos espacios urbanos de expansión, se
hacía indispensable mantener en buen estado los elementos de fortificación
existentes que de hecho tuvieron que ser recompuestos durante la Guerra del
Francés (1812) y la primera afrenta Carlista (1837).
Todos estos
antecedentes deben de ser tomados muy en consideración al definir que la
medianera oeste de la Casa de la Señoreta se encuentra en realidad conformada
por una sección de muro del Baluarte de San Salvador.
En principio
parece poco probable que una vivienda de estas características fuera adosada al
lienzo de muralla si tomamos en consideración su altura de plantas, el desnivel
del terreno, y la obligación de deslinde de la normativa de la época. Estos
aspectos contradictorios nos llevarían a situar su fecha de edificación hacia
1860, momento en que las bocas de calle tapiadas comenzaron a ser descubiertas
para facilitar nuevas salidas y accesos, permitiendo así el desarrollo urbano
extramuros. (El plano de Coello, confeccionado en 1851, refleja fielmente el
trazado perimetral de la fortificación y el retranqueo de las manzanas. Por otra
parte, la travesía de la plaza de la Villa a la actual calle Torreones se
habilita en 1868). Los viejos escombros de lienzo demolido serían utilizados
para la construcción y reparación de viviendas. Estos elementos defensivos
perdieron su sentido al desaparecer el peligro pirático y los conflictos
bélicos. La nueva situación llevaría a muchas de nuestras gentes a contemplar
una nueva dimensión de su existencia, trasladando su vida cotidiana al campo,
más seguro y pacífico que antaño. Pronto el paisaje se vería salpicado de masías
blancas y riu raus en sombra.
La Casa de la
Señoreta - lindante por su izquierda con el casal del vecino principal Don José
Zaragoza, alcalde de Calpe y diputado provincial- perteneció a Don Pedro y Don
José Martínez Boronat, hijos del alcalde absolutista de Calpe, en 1823, Don
Josef Martínez. Por contar con una renta de 2.006 reales, los hermanos se
encontraban facultados a ejercer los derechos de elector. Adjudicada la casa en
partición de bienes a Don Pedro, nacido en 1810, éste la destinó como domicilio
habitual donde conviviría con su esposa María Isabel Sapena. El varón fue hombre
adscrito a un ideario liberal, participó como mando en la Milicia Nacional
calpina durante el período progresista, y siempre estuvo ligado a la vida social
y económica de la villa, pero sin contar con un destacado protagonismo político.
De este
matrimonio, hacia mitad de siglo, nació una única hija: María Isabel Martínez
Sapena, de acomodada situación, quien contrajo nupcias con el médico de Calpe,
oriundo de Orcheta, Don Nazario Llorca Ferrándiz. Fallecido el galeno en 1881,
Doña María Isabel contrajo segundas nupcias con Don Pedro García Ortiz, el “Señoret”,
hijo de Don Pedro García Mulet, éste último rentista terrateniente, alcalde de
innumerables corporaciones, monárquico conservador, verdadero factótum de la
vida calpina del último tercio de siglo.
Los García
calpinos representan perfectamente el perfil de familia acomodada local que no
disfruta de un estado de privilegio por gran fortuna material sino por la
desigualdad y pobreza generalizada de los miembros de su comunidad. Desde
mediados del siglo XVIII cuando irrumpen en Calpe –probablemente oriundos de
Altea- ostentan cargos políticos locales, se encuentran vinculados a la
explotación de las salinas calpinas, y amasan un apreciable patrimonio en fincas
rústicas y urbanas. El punto álgido de relumbre familiar se consolida a finales
del siglo XIX, tiempo en que los García Ortiz entroncan con relevantes
representantes de la sociedad calpina: Don Pedro Crespo Mengual, abogado y
notario, y Don Domingo Marín Femenía, médico titular.
Doña Maria
Isabel de García expiró a edad relativamente temprana el día 7 de Agosto de
1892, siendo declarada heredera de sus bienes abintestato –la casa en cuestión y
cuatros fincas más- su única hija, Doña Amparo Llorca Martínez, nacida en 1876.
De su padrastro sólo recibió el legado de su apodo ya que siempre renunció a la
percepción legítima de sus bienes por generosidad hacia otros beneficiarios. (La
semblanza de este entrañable mujer la ha confeccionado muy oportunamente Pedro
Pastor en su primer libro Calpe, Gente y hechos, página 259 y siguiente).
Doña Amparo “la
Señoreta”, soltera, falleció en 1968, tras haber visto su vida transcurrir en la
fresca penumbra de su casa de la calle del Cristo. Dentro de esos mismos muros
pero 43 años antes, en una madrugada de Junio, asistiría a su padrastro Pedro
García Ortiz –apenas les separaba una diferencia de edad de diez años - en su
tránsito hacia la muerte, causada por un mal que arrastraba y que derivó
fatalmente en un edema pulmonar.
José Luis Luri Prieto
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