El
sufragio femenino
Primo de Rivera
demostró un interés paternalista por los derechos de la mujer e hizo
determinadas concesiones (leyes de protección al trabajo, facilidades para
cursar estudios universitarios, cargos en el gobierno municipal) que, a pesar de
todo, dejaban básicamente inalterada su posición. Aunque es de justicia señalar
que fue la dictadura la que concedió los primeros derechos políticos a las
mujeres. El
Estatuto Municipal
(1924) otorgaba el voto a las mujeres en las elecciones municipales con muchas
restricciones: sólo podían votar las emancipadas mayores de 23 años, las casadas
y las prostitutas quedaban excluidas. Luego, con motivo de un plebiscito,
organizado por la
Unión Patriótica
para mostrar adhesión al régimen en el tercer aniversario del golpe, se permitió
emitir el voto a
los españoles mayores
de 18 años sin distinción de sexo.
Por último, en la Asamblea Nacional, constituida en 1927 en un intento de
recubrir al régimen con un ropaje pseudodemocrático, se reservaron algunos
escaños para mujeres elegidas de forma indirecta desde ayuntamientos y
diputaciones.
Si el divorcio fue
objeto de mucha controversia, no le quedó a la zaga el derecho de la mujer a
votar. El Gobierno provisional, en un decreto de 8 de mayo de 1931, concedió el
voto a todos los hombres mayores de veintitrés años y declaró que las mujeres y
los curas podían ser elegidos para ser diputados. En las elecciones celebradas
en junio de aquel año fueron elegidas dos mujeres diputadas, Clara Campoamor
(Partido Radical) y Victoria Kent (Izquierda Republicana): dos mujeres de un
total de 465 diputados. A finales de aquel mismo año otra mujer diputada,
Margarita Nelken (Partido Socialista), ingresó en las Cortes. De las tres, Clara
Campoamor, abogada, fue la más asidua defensora de los derechos de la mujer y
desempeñó un papel importante en el debate acerca del sufragio femenino.
El anteproyecto sólo había dado el voto a la mujer soltera y a la viuda, propuesta que defendió A. Ossorio Gallardo sobre la curiosa base que, "hasta que los maridos estuviesen preparados para la vida política, el sufragio femenino podía ser una fuente de discordia doméstica". En general, sin embargo, la oposición a conceder el voto a la mujer, casada o soltera, estaba basada en el temor a que no estuviese todavía lo suficientemente independizada de la Iglesia y su voto fuese en su mayor parte derechista, poniendo así en peligro la existencia misma de la República. Aunque Jiménez de Asúa compartía dicho temor, pensaba que la conveniencia política no debía justificar que se negase un derecho legítimo que sería utilizado juiciosamente por aquellas mujeres económicamente independientes y conscientes de sus responsabilidades sociales. Otros estaban menos dispuestos a aceptar el riesgo. Los republicanos de izquierda, radicales y radicales-socialistas fueron los que más se opusieron. Los radical-socialistas presentaron una enmienda el 1 de septiembre de 1931 para restringir los derechos electorales exclusivamente a los hombres. Al día siguiente, el doctor Novoa Santos proporcionó argumentos biológicos para dar fuerza a los argumentos de conveniencia política: "a la mujer no la dominaban la reflexión y el espíritu crítico, se dejaba llevar siempre de la emoción, de todo aquello que hablaba a sus sentimientos; el histerismo no era una simple enfermedad, sino la propia estructura de la mujer".
El 30 de
septiembre, cuando se volvió a discutir la cuestión, se echó mano del ridículo
para complementar a la biología. Hilario Ayuso entretuvo a la concurrencia con
un discurso trivial en defensa de una enmienda de Acción Republicana que
proponía que les fuesen concedidos los mismos derechos electorales a los hombres
mayores de veintitrés años y a las mujeres mayores de cuarenta y cinco,
basándose en que la mujer "era deficiente en
voluntad y en inteligencia hasta cumplir dicha edad".
Al entrar en el Congreso le salieron al paso las mujeres de la ANME, que
estuvieron presentes en todos los debates y distribuyeron octavillas entre los
diputados conminándoles a apoyar el sufragio femenino. Los radicales propusieron
una enmienda con el fin de que se omitiera la palabra
mismos
en el artículo que rezaba:
"Los ciudadanos de
uno y otro sexo, mayores de veintitrés años, tendrán los mismos derechos
electorales conforme determinen las leyes".
Guerra del Río, defensor de la moción, arguyó que
tal modificación permitiría a las Cortes conceder el voto a la mujer en una ley
electoral que podría ser revocada si la mujer votaba por los partidos
reaccionarios. La enmienda fue rechazada (153 en contra, 93 a favor), pero los
radicales y radical-socialistas que habían votado sin someterse a la disciplina
de partido pronto se arrepintieron, y
El Heraldo
(1 de
octubre de 1931) recogía los rumores de un intento de última hora de pactar con
los socialistas.
Probablemente se
satisfará el deseo de los socialistas de conceder el voto masculino desde los
veintiún años y, a cambio de eso, se condicionará el voto a la mujer.
Los socialistas rechazaron el pacto y el debate continuó al día siguiente.
El hecho de que Clara Campoamor defendiera el sufragismo femenino y de que
Victoria Kent se opusiera provocó muchas burlas.
Azaña describió la sesión "como
muy divertida".
Informaciones
(1 de octubre de 1931) comentaba
"dos mujeres
solamente en la Cámara, y ni por casualidad están de acuerdo",
y
La Voz
(2 de octubre de
1931) preguntaba medio en broma medio en serio:
¿qué ocurrirá cuando
sean 50 las que actúen?.
En el debate del día 1 de octubre de 1931, Victoria Kent propuso que se aplazara
la concesión del voto a la mujer; no era, decía, una cuestión de la
capacidad de la
mujer,
sino de
oportunidad para la República.
El momento oportuno sería al cabo de algunos años, cuando las mujeres pudiesen
apreciar los beneficios que les ofrecía la República. Clara Campoamor replicaba
diciendo que la mujer había demostrado sentido de la responsabilidad social, que
el índice de analfabetos era mayor en los hombres que en las mujeres y que sólo
aquellos que creyesen que las mujeres no eran seres humanos podían negarles la
igualdad de derechos con los hombres. Advirtió a los diputados de las
consecuencias de defraudar las esperanzas que las mujeres habían puesto en la
República:
Clara
Campoamor
"No dejéis a la mujer
que, si es regresiva, piense que su esperanza estuvo en la Dictadura; no dejéis
a la mujer que piense, si es avanzada, que su esperanza está en el comunismo".
Guerra del Río aplaudió los sentimientos expresados
por Clara Campoamor, quien, según él, servía de portavoz de
lo que siempre fue,
es y será mañana ideal del Partido Republicano Radical: la igualdad absoluta de
derechos para ambos sexos.
Sin embargo, siguió diciendo, los radicales pensaban que era prematura la
inmediata concesión del voto a la mujer, y por tanto votarían en contra.
Ovejero, en nombre de los socialistas, dijo que, aunque sabían que existía la
posibilidad de perder escaños en las próximas elecciones, eso no tenía
importancia comparado con
la educación política
de la mujer española;
querían el sufragio femenino
para llamar a la
conciencia de la mujer y convertirla en cooperadora eficaz del resurgimiento
español.
Cuando el artículo 34 - que establecía la equiparación de derechos electorales
para los ciudadanos de uno y otro sexo mayores de veintitrés años - fue
finalmente aprobado por 161 votos a favor y 121 en contra, se produjo un clamor:
La
concesión del voto a las mujeres, acordada ayer por la Cámara, determinó un
escándalo formidable, que continuó luego en los pasillos. Las opiniones eran
contradictorias. El banco azul fue casi asaltado por grupos de diputados que
discutían con los ministros y daban pruebas de gran exaltación.
(La
Voz,
2 de octubre de 1931). Votaron a favor: el Partido Socialista (con alguna sonada
excepción como la de Indalecio Prieto), la derecha y pequeños núcleos
republicanos (catalanes, progresistas y Agrupación al servicio de la República);
en contra, Acción Republicana, y los radical-socialistas y radical (con la
excepción de Clara Campoamor y otros cuatro diputados).
Indalecio Prieto, quien había intentado persuadir a sus compañeros socialistas de votar en contra del artículo o abstenerse de votar, gritó que aquello era una puñalada trapera para la República. Los radical-socialistas declararon que ya no harían más concesiones en la cuestión de las relaciones entre la Iglesia y el estado y amenazaron "con no dejar un cura vivo en España".
Indalecio Prieto, quien había intentado persuadir a sus compañeros socialistas de votar en contra del artículo o abstenerse de votar, gritó que aquello era una puñalada trapera para la República. Los radical-socialistas declararon que ya no harían más concesiones en la cuestión de las relaciones entre la Iglesia y el estado y amenazaron "con no dejar un cura vivo en España".
Victoria Kent
Una táctica que Marañón describió como una confesión de
cobardía y
de falta de autoridad
en los políticos de izquierda sobre sus mujeres e hijas
(El
Heraldo,
2 de octubre de 1931). Como si se quisiese asegurarse de que no faltara ningún
elemento de la farsa grotesca en este esperpento de la vida real,
El Sol
(2 de octubre de 1931) informaba así de la aprobación del artículo 34:
La
galantería logró un triunfo indiscutible. Virtud española que perdura, para bien
del "qué dirán", pese a ciertos jacobinismos que nos sacuden. Pase lo que pase -
hay quien asegura otro 14 de abril al revés - resultará lindo que los poetas del
futuro canten en sonetos a este 1931, en que los hijos de España se jugaron a
cara y cruz un régimen por gusto de sus mujeres.
El triunfo del 1 de
octubre, sin embargo, no fue definitivo. En la sesión del 1 de diciembre,
Peñalba (Acción Republicana) propuso una enmienda que permitiría a las mujeres
votar en las elecciones municipales, pero no en las nacionales hasta que los
ayuntamientos se hubiesen renovado por completo. Si la enmienda hubiese
prosperado, las mujeres se habrían quedado todavía sin voto en 1936. El último
intento se produjo en diciembre de 1932 cuando el gobierno anunció su intención
de convocar elecciones parciales para cubrir las vacantes en Cortes. Finalmente,
las elecciones parciales no llegaron a producirse.
Las primeras elecciones en las que participaron las mujeres fueron las de 1933, e inevitablemente se les echó la culpa de la victoria de la derecha. Era, sin embargo, una conclusión superficial. Aún aceptando que una parte del electorado femenino hubiera podido influir en el resultado favorable a las derechas de los comicios del 33, si se sumaban todos los votos de izquierda emitidos en esas elecciones todavía superaban a los de los conservadores. Se trataba sobre todo de un problema de estrategia y unidad, como se encargaría de demostrar las elecciones de febrero de 1936 con el triunfo del Frente Popular.
En todo caso, las tesis sufragistas acababan de anotarse un triunfo en España. La concesión del voto, como la del divorcio, fueron logros de la mujer en el periodo republicano, pero logros tan efímeros como el propio régimen que los había posibilitado. La Guerra Civil y el nuevo Estado impuesto tras la victoria de las fuerzas franquistas el 1 de abril de 1939 darían al traste con todo lo conseguido. Habría que esperar al cierre de ese largo paréntesis de 40 años para que las mujeres recuperaran el punto de partida que significó la conquista del voto en 1931.
Autores varios.
Recopilación material
Andrés
Ortolá Tomás
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