miércoles, 13 de diciembre de 2017

El Puerto de Calp

El port de Calp

Desde la más remota antigüedad los pescadores de Calp han sufrido las dificultades de salir a faenar todos los días en busca de esa pesca que les tenía que proporcionar el sustento a ellos y a sus familias. Han sufrido vedas a lo largo de muchos años que les han dificultado el poder desarrollar un trabajo estable. Nuestra mar no ha sido, tradicionalmente, fácil de trabajar. Si añadimos a ello, el no tener un lugar de abrigo en el que poder resguardar las embarcaciones con plena seguridad.

Veamos los que nos cuenta José Sau Ivars en su obra Calp i el Posit de Pescadors: Los tres principales fondeaderos que ofrecen abrigo a las embarcaciones en demanda de fondeo en Calpe, se encuentran situados a una y otra parte del Peñón de Ifach. En la parte de levante, se encuentra el de la Fosa y en la parte de poniente, los del Bol y del Racó.
La bahía de Calpe, que tiene aproximadamente de 2,5 millas, comprende desde el morro de Toix situado al sur, y hasta el Peñón de Ifach, situado al norte. En el centro y a los pies del casco urbano se encuentra el antiquísimo fondeadero o puerto histórico del Bol, que entre 1790 y 1848 servia de puerto para refugio de embarcaciones dedicadas a las faenas de la pesca y para las que se dedicaban a cabotaje (transporte de mercancías) a Barcelona y a Mallorca en los tiempos de veda.
La playa del Bol era una cala que no solo se fondeaban las embarcaciones con buena mar, sino que servia de varadero para el secado, pintado y reparación de embarcaciones.

Otro abrigo del litoral de Calpe era el del Racó, que se encuentra situado a los pies del Peñón de Ifach y que ofrecía resguardo a las embarcaciones que fondeaban con casi todos los vientos, a excepción de los que vienen del sur, el llamado migjorn, de grave recuerdo para la flota pesquera de Calpe. Este abrigo ya viene descrito en el derrotero Costas de España en el Mediterráneo, de Tofiño de San Miguel, nacido en Cadiz en 1732, y publicado en 1780. El Peñón de Ifach, con su saliente, divide el litoral calpino en dos partes y que dependiendo de la dirección de los vientos, ofrecen refugio a las embarcaciones fondeadas. Por una parte, están las playas situadas al sur (el Racó y el Bol) que ofrecen refugio a los vientos del primer cuadrante. Por otra parte, está la playa de la Fosa, al norte, que ofrece refugio a los vientos de poniente y del sur. Es una cala suficientemente abrigada, dotada de una restinga, barra, ubicada a lo largo de la playa donde rompe y desbrava la mar cuando hay temporal de levante dejando el interior de la misma con una relativa calma. Para poder sortear por el día la peligrosa barra y entrar en la playa por la canal, situada al sur de la playa, se hacia por medio de la enfilación, o sea, sobreponer o enfilar dos postes de madera, uno cerca de la playa y otro algo más lejos y también guiándose por las señas del Tossal del Cosentari por el centro del hito conocido como Mamelles dels Lleus. Por la noche, se enfilaban dos luces blancas que brillaban instaladas encima de los postes y con ello se marcaba el rumbo para entrar sin peligro. Este abrigo ha venido utilizándose hasta 1945.
Sumamente interesante la descripción que nos hace Pepe Sau y que demuestra la dificultad que tenían los pescadores calpinos al no disponer de un abrigo en condiciones.

La dificultad de los abrigos, tanto del Racó como del Bol, estribaba, en el caso del Racó, de los vientos que en forma de remolinos bajaban de las cumbres del Peñón, y en el caso del Bol estar más en mar abierto y por tanto, era utilizado en mayor medida, dada su cercanía al casco urbano, para sacar las embarcaciones durante las vedas y para su mantenimiento. Debido a esta circunstancia, el abrigo más utilizado era el de la Fosa. No es hasta Marzo de 1863 en que se empieza el primer camino para conectar nuestra población con la playa (no se especifica a que playa) y por parte de Obras Públicas se determina que; Con objeto de que se efectúen con acierto y con la conveniente economía las obras del camino que construye el pueblo de Calpe, para unirse á la playa, se ha dispuesto destinar á aquel punto un auxiliar facultativo que se encargue de la dirección de los trabajos. Ver...http://historiadecalp.net/carretera.htm
Desde Julio de 1852 existía un fielato de Aduana en la playa del Bol, con el fin de exportar los diferentes frutos del país. Algarrobas y almendras principalmente.
Muchos años más tarde, en 1929, el Pósito de Pescadores se propone la construcción de un camino para poder acceder a la playa del Racó. Un año más tarde, el 26 de diciembre de 1930, los asociados del Pósito, convocan una reunión con todas las autoridades correspondientes para la construcción del tan deseado refugio. Se crea una comisión gestora al efecto de iniciar los trámites. Pocos meses después y debido al incumplimiento de alguna de las partes, quedan sin efecto los acuerdos.
Era tal la necesidad del puerto, que nuevamente se intenta con una nueva comisión que en esta ocasión viaja a Madrid a entrevistarse con el Ministro de Fomento.
El 17 de Septiembre de 1934 es aprobado el proyecto de las obras de máxima utilidad para servicio de los pescadores de Calpe. Posteriormente, un decreto del Ministro de Obras Públicas fechado en 13 de Abril de 1935 da luz verde al proyecto.
El día 6 de Junio de 1935 las obras del puerto de Calp son adjudicadas en pública subasta a la empresa de Benjamín de la Vía y Llantado (los vascos) e por la cantidad de 477.278,28 ptas. Las obras se inician el 26 de Octubre de 1936 y se paralizan a principios de 1938, en pleno Guerra Civil.
Ante el temor de que las obras queden estancadas en el tiempo, el Ayuntamiento calpino acuerda el 28 de Octubre de 1940, que una comisión encabezada por el alcalde Ambrosio Ferrandiz se desplace a Madrid. La gestión no da el resultado esperado y el 23 de Diciembre de 1940 el Director General de Puertos desestima la petición del Pósito y del Ayuntamiento. A partir de este momento se traslada la petición a la Comisión Administrativa del Puerto de Dénia, sosteniendo que; la continuación de las obras es ineficaz y, por lo tanto, se redacta un nuevo proyecto reformado, partiendo del aprovechamiento de la parte de dique construido y de una estricta economía, se procure obtener la máxima protección para las embarcaciones refugiadas en el puerto.

El 1º de Junio de 1941 el Ayuntamiento bajo la presidencia del nuevo alcalde Bernardo Sala, reinicia las conversaciones con el Pósito de Pescadores y acordando lo siguiente: el Ayuntamiento se compromete ante el estado a aportar la subvención del 25 por cien del importe total del coste de las obras del proyecto reformado, siempre que el Pósito de Pescadores de Calpe, como representante genuino de la industria pesquera local, formalice un acuerdo, en virtud del cual se comprometa a satisfacer al mismo, el 70 por 100 del importe de la referida subvención, quedando el 30 por 100 restante a cargo directo de la Corporación Municipal.
El 1º de Diciembre de 1943 todavía no se había firmado el compromiso entre el Ayuntamiento y el Pósito. A este respecto, el Ingeniero Director de las obras requiere al Ayuntamiento que formalice su compromiso de aportar el 25 por ciento. En estos momentos el presupuesto asciende a 2.811.412.10 ptas. La Corporación queda a la espera de formalizar el acuerdo con el Pósito.
A primeros de Febrero de 1944, Vicente París, propietario del Peñón, ofrece toda la piedra que pueda hacer falta, gratuitamente en beneficio de los calpinos.
Finalmente, el Ayuntamiento pleno en sesión extraordinaria del 2 de Marzo de 1944, y ya con el compromiso escrito del Pósito de Pescadores, se reafirma en el total apoyo del Ayuntamiento al proyecto firmado por el ingeniero Juan B. Alcaraz. A tal fin el Alcalde se traslada a Madrid para presentar las actas del compromiso tanto del Pósito como del Ayuntamiento de Calp.
Las peticiones de las gentes de Calp cuentan en aquellos años con la ayuda inestimable del Gobernador José Mª Paternina que contribuye con sus gestiones a que el proyecto y las obras vayan a un buen ritmo.

A final de Agosto de 1944 se adjudica la obra del puerto a Manuel Berenguer Rocamora por 3.193.545,79 pesetas. La piedra que en su día el propietario del Peñón, Vicente París Morlá, ofreció gratuitamente al Ayuntamiento es vendida por este al contratista. En principio, el contratista ofrece 50.000 ptas, por la totalidad. Pero, tanto el Pósito como el Ayuntamiento, estiman que debido a la cercanía y a la cantidad ( unas 100.000 toneladas) la cantidad debería ser de 100. 000 ptas.
A lo largo de la construcción de las escolleras y debido a la precaria situación que atravesaba España, sobre todo en escasez de cemento, este se traía al principio de las canteras de San Vte. del Raspeig (Alicante) a 231, 32 ptas. la tonelada. Más tarde, ya en 1949, desde Vallcarca en Barcelona. El coste en este caso es de 362, 28 ptas. El cemento venía en barco. La falta de cemento, tuvo como consecuencia que el contratista no pudiese cumplir con los plazos estipulados y se vio obligado a pedir varias prorrogas, en 1948, 51 y 1953.
La piedra para las escolleras fue extraída de la ladera del Peñón y transportada a pie de obra por un pequeño tren cuyo maquinista fue Laureano Llinares Grau, hijo del encargado de las obras, Juan Llinares.

La necesidad del puerto para los pescadores de nuestra Villa era patente durante décadas. Fueron muchos los barcos que por causa de no tener refugio, a lo que habría que añadir la falta de carburantes, sobre todo, en la posguerra. Para entender lo que pasaba en el Calp de la década de los cuarenta, es muy aclaratoria la editorial que publica el cura Vicente Llopis en su hoja parroquial de fecha 3 de Octubre de 1943 y que titula: ¿Que pasa en Calpe? Desde mediados del pasado mes van desfilando por la casa abadía en plan de despedida queridos feligreses que, muy a pesar suyo, la lucha por la vida les arranca del pueblo natal para trasplantarlos a las costas del Sur de España.
Esta emigración alarmante empezada hace algunos años y que hoy traspasa los justos límites, plantea entre nosotros un grave problema al privarnos de nuestra preciosa flota pesquera, que es de las mejores de la provincia y que constituye la única fuente de riqueza de Calpe.
De los noventa y tantos barcos que tenemos, sólo once (cuatro veleros y siete motores) pescarán este año en Calpe, y quizá un día no lejano sintamos el dolor de vernos privados de todos.
Así se explica la escasa población de Calpe, que pudiendo tener más de 4.000 almas, no llega en la actualidad a las 2.000.
¿Por qué esta emigración? ¿Por qué nuestra flota surca otros mares y nuestros paisanos pueblan otras costas? ¿Acaso los salmonetes y merluzas que rondan al Peñón de Ifach no son ya los más sabrosos de España? ¿Es que los hijos de Calpe no idolatran como antaño la patria chica y sienten ansias de otros mares y otras costas?
La respuesta sale a flor de labios de todos los que, para dicha nuestra, nos hemos podido quedar al abrigo del Peñón y al calor del Santísimo Cristo del Sudor. La respuesta es voz unánime de protesta de todos los que, sangrando el corazón, han tenido que ausentarse del pueblo natal.
Calpe no tiene un pequeño puerto de mar que de seguridad a su flota. Casi todos los años vemos con dolor romperse las amarras de alguno de nuestros barcos y hacerse astillas contra el acantilado de Ifach.
Se impone, pues, la dispersión de nuestra flota y la emigración de nuestros hermanos y, por consiguiente, la muerte de Calpe.
¿Solución? Cae por su propio peso. Inmediata construcción del puerto, cueste lo que cueste y pase lo que pase. El puerto es la vida de Calpe; es el centro a cuyo alrededor se han de agrupar esos centenares de familias que en lejanas costas están deseando vivamente volver al pueblo con sus barcos y con sus riquezas. Calpe con puerto será un pueblo grande y rico; sin puerto será un villorrio miserable llamado a desaparecer.

Años más tarde, el 3 de Julio de 1957 se entregan las obras del tan deseado puerto de Calp. Aunque quiso la fatalidad que, sólo un año después, el 22 de Diciembre de 1958, víspera de Navidad, un gran temporal del sur, destruye el dique y el contradique, hundiendo muchas de las embarcaciones que se encontraban fondeadas en su interior y otras que encallan en la playa del Racó. Y no sólo eso; a finales del año siguiente, otro temporal acaba con lo poco que quedaba.
A partir de ahí se reforman los diques dándoles una mayor altura y se alarga la escollera principal. El resto forma parte de la historia reciente.
Andrés Ortolá Tomás


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