La farmacia en Calp
Las farmacias eran el último refugio de la alquimia con sus morteros, probetas y sus mecheros Bunsen casi siempre prendidos, sobre todo en invierno y su delicadísima balanza y sus papelitos, con sus frascos de vidrio y de porcelana con sus impresionantes latines grabados donde se guardaban las drogas puras para las recetas magistrales, con sus enormes libracos donde se las registraban. Todo eso creaba un conjunto que envolvía a las boticas.
La primera farmacia de que tenemos noticia (antes había que desplazarse a la vecina Altea) es la de José Mª Ortiz Fabregat que se encontraba en la antigua calle del Calvario. Este farmacéutico se instala en Calp en 1927 conjuntamente con su hermana. Pensamos que la casa donde se instala no es de su propiedad ya que es Cosme Jorro Ripoll el que anuncia la venta de la farmacia de Calp en la prensa a partir de Septiembre de 1934. Así mismo, el Diario de Alicante en su edición del 24 de mayo de 1934 publica un edicto del ayuntamiento calpino de que está vacante la plaza de farmacéutico titular con el haber de 1.650 pesetas anuales.
Anuncio vacante farmacéutico del 24 de Mayo de 1934
Sin embargo, según nos contó Jenaro Calatayud Sanjuan en su artículo Memorias de un desmemoriado, en el libro del Tercer Centenario de 1982 y que transcribimos: Abril de 1935. Me hallaba yo, por aquellas fechas, en Alicante con mi carrera de Farmacia terminada hacia dos años, esperando una ocasión de establecerme y practicando en la farmacia de don José Bonmatí, por lo cual hice amistad con el practicante de dicha farmacia.
Un buen día este amigo me indicó que en Calpe el farmacéutico quería traspasar la farmacia. Que era una ocasión buena para establecerme, ya que no contando yo con grandes medios económicos, ésta la daban con grandes facilidades y por un traspaso económico.
Consulté con mi madre (en aquel entonces vivíamos solos mi madre y yo, en Benalúa) y convinimos en que me desplazaría primero yo, para ver que tal era el pueblo, rendimiento de la farmacia, concretar precio, etc.
Hube de tomar el tren de la Marina que, por lo demás, era el único medio de comunicación y que aún subsiste. Desde la estación, se divisaba el pueblo, tan pequeño que me descorazoné pensando que mal podría vivir del rendimiento de su farmacia. No obstante, bajé a pie desde la estación al pueblo, e indagando donde estaba situada la farmacia, me indicaron que estaba en una casa de la que hoy es calle de José Antonio. Por cierto, que cuando me presenté en el no se hallaba el dueño (don José María Fabregat, si no recuerdo mal) y se hallaba atendiéndola una hermana de él. Como plenipotenciaria, entablamos las negociaciones pertinentes, y al fin nos pusimos de acuerdo en el traspaso y plazos de pago.
Mi madre aprobó todo, y como resultado étenos a los pocos días en Calpe, tomando posesión de la farmacia, e instalando en ella los muebles que nos trajimos de Alicante, pues además del local de farmacia, era vivienda también.
Constaba la farmacia de un pequeño local a cuya derecha, según se entraba, había una única estantería, con los específicos, que en aquella época se podían contar con los dedos de la mano, y un mostrador frontal coronado de cristales esmerilados, con una ventanita corrediza en el centro, por donde se despachaba, y una puerta en el extremo izquierdo, que cerraba el paso a la trastienda.
En esta calle estuvo la farmacia durante más tiempo.
Primero en el número 18 y después en el 11.
Era la misteriosa trastienda, que entonces ya se llamaba laboratorio, que siempre despertaba en la gente, curiosidad, admiración y una pizca de temor.
Era el lugar donde por obra de una mágica superior, como en un hechizo, se elaboraban los preparados que calmarían las toses desgarrantes, aliviarían los dolores y devolverían la salud desmejorada o perdida.
Para dar una idea de las ganancias, diré que las ventas diarias nunca sobrepasaban las veinticinco pesetas y, gracias a que casi todo eran fórmulas magistrales (medicamentos elaborados por mí), podía alcanzar unas doce pesetas de ganancia.
Me presenté a las autoridades del pueblo y no tardé en entablar amistad con don Antonio Jornet, entonces médico titular, y en especial con sus hijos de edad parecida a la mía; igualmente hice amistad con los maestros de entonces, don Paco Amoros, don Fernando y doña Clarita.
Imaginemos por un momento: el Calpe (contaba con 2.000 habitantes) de los años 30, las reuniones en la trastienda de la farmacia de Jenaro Calatayud. Un lugar, además donde algunos pocos privilegiados (los maestros, el cura, el medico) eran los habituales a sus tertulias. Rodeados por el aroma de las drogas se realizaban estas tertulias donde se discutía un poco de todo, problemas sociales, políticas, literarias y porque no también con algo de filosóficas.
Don Jenaro en el centro de la foto.
Nos sigue contando Calatayud: Especial mención merece la amistad con don Rafael Chirivella, médico; don Francisco Sendra, cura párroco y don Enrique Cardona (suegro de don Rafael), pues de esta amistad surgió, en una reunión que teníamos en la farmacia, la idea de componer un himno al Stmo. Cristo del Sudor.
Partió la idea de don Francisco Sendra, que me había oido tocar el piano algunos ratos y me creía capaz de componer algo aceptable. De don Enrique no se podía dudar de su facilidad para componer una buena letra por su condición de poeta y periodista. Así fue cómo me halle metido de lleno en este compromiso.
Quedamos pues en que don Enrique haría la letra del himno y sobre ella me las arreglaría para ponerle música. Así pues, al cabo de unos días, don Enrique me entregó la letra de todos conocida y confieso que me pareció tan buena, que llegué a dudar de poder componer una música digna de esta letra. Nunca más verdad aquel refrán que dice: “ Dios aprieta pero no ahoga”.
En efecto, al cabo de unos días de teclear al piano, cantar, e incluso berrear, obtuve una música cuyo principal mérito era que se acoplaba como un guante a la letra.
En una segunda reunión en mi casa, interpreté al piano el himno ante don Francisco y don Enrique, y cual sería mi asombro cuando me felicitaron calurosamente y me dijeron que era una preciosa música.
Ya unos días más tarde, el señor cura, don Francisco, reunió la banda de música en la iglesia, con la transcripción del himno para banda (no se quien realizó la transcripción, sería probablemente el mismo don Francisco). Invitado de honor de esta audición pública del himno, don Francisco quiso que dirigiera la banda entregándome la batuta. Sea por la emoción, sea porque en mi vida había dirigido ninguna banda, el caso es que con la batuta en la mano no daba una. A los pocos compases pues, el señor cura se hizo cargo de la dirección de la banda y con ello llegó a tan buen término la audición, que al final escuché la salva de aplausos que más me han enorgullecido en mi vida.
Muchos somos los calpinos que durante años hemos necesitado de los servicios de don Jenaro. Recuerdo cuando sólo era un niño a don Jenaro tocando el piano en la trastienda y a su hija Herminia, que a veces atendía el mostrador. Era Herminia una joven llena de vida, que lamentablemente la perdió cuando sólo contaba 18 años de edad.
Anuncio de 1949 de la máquina de escribir Hogar.
Inventada por Jenaro Calatayud y construida por Matías Pastor
Don Jenaro fue, aparte de farmacéutico, inventor. Entre varias cosas: de la pianola papirofónica, el tablero registrador de ajedrez, la máquina de escribir Hogar o la calculadora Ifach, entre otros inventos y compositor de la música del himno del Santísimo Cristo del Sudor, labor reconocida por pocos.
Tanto don Jenaro como su esposa María, durante los años de la posguerra española, fueron condescendientes con muchos calpinos que no podían pagar las medicinas y se limitaban a apuntar las pequeñas deudas hasta que podían pagarlas. Algunas personas, nunca llegaron a poder pagar y sin embargo, en ningún momento se les exigió el pago.
Durante muchos años (37) solamente existió en nuestra villa la farmacia de Calatayud, que posteriormente, cambió de ubicación a la calle del Generalísimo número 18 y finalmente al 11 de la misma calle.
En 1972 se instala una nueva farmacia con Francisco Savall Mascarell como titular. A día de hoy tenemos más de una decena de farmacias en nuestro término.
Andrés Ortolá Tomás
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